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lunes, 4 de mayo de 2015

La Feria de los Discretos: Desnudar a un santo para vestir a otro


Córdoba es una ciudad única. Sus gentes también lo son. La forma de ser y pensar de los cordobeses, da para escribir un tratado de antropología,  y si me apuran hasta de psicología. Seguramente será por la cantidad de sangres que circulan por las venas de las gentes de esta santa tierra. Posiblemente, por esto, el carácter del cordobés sea tan particular. Apático por lo suyo y poco dado al trabajo por la mejora de aquello que tanto aboga por defender. Si a todo ello unimos el toque egocentrista de muchos, apaga y vámonos. 

O estás conmigo o estás contra mí. El cordobés no tiene término medio. Ya se comprobó en las pasadas elecciones convocadas para ocupar el sillón del caserón de la antigua calle del Lodo. Frente común en contra de su anterior ocupante, generando un cordón sanitario, aislando a todo lo que desprendiese aroma a su anterior ocupante. Lo más curioso es que si eras crítico con los opositores, aunque también se fuese con el poder, estabas en contra de ellos señalándote como cómplice de mil y una fechorías que a la postre no han podido ser demostradas. Hoy todo continua igual. Como si nada hubiera ocurrido. Los sillones los ocupan otros que no han mejorado, aparentemente, lo hecho por los que los precedieron. Eso sí, unos y otros arrimarán el ascua a su sardina, defendiendo lo hecho bien por sí mismo, pero sin reconocer lo acertado de los otros.

Si en el vértice de la pirámide las cosas son como son, conforme se baja nada cambia. En muchas de las cofradías cordobesas el caso es el mismo. Legislaturas de cuatro u ocho años, si no se hace uso de testaferros, son sustituidas por otras que en lugar de trabajar de forma continuista, su objetivo es parar y cambiar lo hecho por sus antecesores. De ahí líneas que se rompen, guiones que no avanzan, pasos que se sustituyen antes de terminarse y estilos musicales que se cambian según los gustos de los que muevan los hilos de las corporaciones.

Hablando de música. Las formaciones musicales tienen el mismo pecado. Se mueven al antojo de los que las dirigen, o de los que tratan de dirigirlas. Por eso vienen las cimas y las simas, cuando no la desaparición. Las bandas necesitan líneas de trabajo seguras, coordinadas y consensuadas por sus directivos. Nada se debe dejar al arbitrio de personal ajeno a ellas y menos aún por componentes que no estén involucrados en la dirección ni proyecto. De ahí vienen los bandazos, nunca mejor dicho, los continuos cambios de un lugar a otro, sin saber hacía donde se va, aunque al final siempre es a la deriva.

Córdoba no puede soportar tantas bandas. En sus conservatorios se fomenta la cuerda en vez del viento. La ciudad no puede soportar las bandas que conforman su nómina. Excesivas, tal vez, pero que tienen un gran protagonismo en la actualidad. Por ello sus idas y venidas siempre son noticia en estos tiempos. Idas y venidas que serían evitables si se pusieran unas líneas rojas que nunca se debieran de traspasar. Líneas rojas que no existen, pero que se traspasan. Si no estás conmigo estás contra mí. Me voy con la música a otra parte, donde me acojan y me escuchen, para así de paso exaltar mi egocentrismo. No es más que desnudar un santo para vestir a otro.

Quintín García Roelas












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