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domingo, 13 de septiembre de 2015

El cáliz de Claudio: No es país para cofrades


Mantengo un recuerdo en la memoria como un tesoro que no quiero olvidar. No es sobresaliente y no daría para escribir un relato, aunque aquel momento, para mí, lo cambió todo. Durante demasiado tiempo creí que su particularidad radicaba en que era la primera vez que vestí una túnica, una capa con su Cruz de Santiago al hombro, un capirote, el antifaz y los guantes. A mis ojos de niño, toda la indumentaria de un superhéroe.

Camino de la Iglesia, la mano de mi padre me guiaba hacia ese primer encuentro con mi particular hierofanía y, sin comprenderlo, aquella primera emoción me partió el alma para siempre. En su mejor sentido, sin temor ni rencor. Fue el primer dolor compartido y una esperanza certera al mismo tiempo. El sufrimiento que vendría después, fuera de esas conversaciones con lo sagrado, casi siempre se ha batallado en soledad.

La importancia que en estos días extraños tiene aquella primera experiencia no se halla en el hecho personal narrado, sino en quien me acompañaba. El mismo que aguardó de cerca durante todo el recorrido y a quien nunca le gustaron las cofradías. Cualquiera dirá que llevaba a su hijo, pero la connotación va más allá de la simpleza.

Radica en el hecho de que, por indiferencia, nunca dejó de haber respeto y en sus manos estuvo intentar que no fuera cofrade o, al menos, nunca lo hizo. El mismo respeto que tanto se echa en falta en estos días que, por más eslóganes que nos pretendan vender, casi ya acariciamos la certeza de que no es país para cofrades.

Blas Jesús Muñoz












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