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viernes, 2 de octubre de 2015

El Compás de San Pablo: 20 Pizzas familiares


Que pierdas unas elecciones a Hermano Mayor de tu cofradía y que haya más hermanos y amigos que te den la enhorabuena en lugar de lo siento, es que algo falla. Que te presentes a Hermano Mayor de tu hermandad como único aspirante y obtengas casi los mismos votos del sí y del no, es que ahí pasa algo. Cabría estudiar el porqué de ese  vacío humano, fraternal, de humildad, de compromiso, que sufren muchas de las hermandades centenarias. El no pertenecer a una línea sucesoria de sangre, el no formar parte de las familias que generación tras generación han velado (discutiblemente) por el bien de la cofradía, hace que en estas hermandades se actúe de manera endogámica provocando un asqueroso rechazo a todo aquello a lo que no le haya “salido los dientes en esta cofradía”.

Por el contrario, la humildad de los barrios, la sencillez de las personas sin prejuicios. Cuando en la víspera del Domingo de Ramos en el Cerro, poniendo las flores a la bellísima Virgen de la Encarnación nos preguntaron si nos quedábamos a comer, pidieron por teléfono 20 pizzas familiares. Calculen los hermanos, fieles, devotos, amigos y vecinos que estaban en aquel momento por allí, ayudando, compartiendo, viviendo, haciendo HERMANDAD, en mayúsculas. En ese momento recordé las frías noches en las que casi se tiene que bajar la Virgen a ayudar de las pocas personas que se acercan a determinadas cofradías que, de elegantes que son, pasan a ser elitistas y soberbias. 

Y en unas cajas por mesa, en unos cubos por sillas, entre unas risas como tertulia, vi en la cofradía del Amor, clarísimamente, lo que era una hermandad. Volvamos a Santa Teresa, sin rodeos, nos explica el camino: “No hacen falta alas para ir a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí”. Esas personas, que no son descendientes de familias cofrades de toda la vida, que no tienen alas, ni chaqueta ni corbata, que no saben quién fue Font de Anta, ni presumen de ser amigos del Prioste de la Amargura, ahí, en ellos, en sus manos morenas,  es donde más limpio y recto se ve el camino hacia Dios. 

Por algo vive allí, en el Cerro, la Madre del Amor Hermoso. 


Rafael Cuevas










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