Nos recuerda Carlos Colón, acerca de lo de Uma Thurman, que volvamos al Evangelio: “Escuchadme todos y entender: No hay nada fuera del hombre que al entrar en él pueda contaminarlo; sino que lo que sale de adentro del hombre es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oir, que oiga”. Que a los cofrades nos afecte y nos inrritemos porque una extranjera se deje poner porsima todo lo que le planten, sea manto, corona y cetro, es pura hipocresía. Más nos debería afectar, ya que estamos hablando de alfileres, la carrera entre priostes y vestidores, aquello del quítate tú que me ponga yo o el ahora que he llegado yo te pongo a ti. Una falsa competición juanmanuelina (o en nuestro caso “ricardiana”) que nos lleva a dejar la rosa completamente manida de tanto tocarla.
Todo está inventado, y más aquí, y en esto. Quienes se preocuparon de limpiar una Semana Santa empolvada, triste, que muchos no hemos conocido por razones de edad, pero las fotos lo dicen todo, son quienes no buscaron reconocimiento alguno (ni peseta alguna) y marcaron en los setenta las bases de lo que hoy, nosotros los niñatos, disfrutamos.
Aquella generación tenía claro que todo giraba en torno ad maiorem Dei gloriam. Ahora, la maestría, delicadeza y devoción de un vestidor o un prioste se mide por cuantas veces salga su nombre en Google.
Ahora que lo veo todo desde fuera… Virgencita, que me quede como estoy.
Rafael Cuevas
Recordatorio El Compás de San Pablo: Un paseo hasta Torrijos