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jueves, 22 de octubre de 2015

El Compás de San Pablo: El artista y sus formas


Para quienes estudiamos la carrera de Historia del Arte nos es fácil reconocer a un artista. No hablo desde el punto de vista de un marchante, o de un teórico (recordemos las palabras de Formaggio “Arte es todo aquello que el hombre llama arte”) si no desde el punto de vista romántico de identificar, a primera vista, lo que sí y lo que no. 

A primera vista o a primera charla. Recuerdo una conversación con Manuel Valera, mientras cincelaba las piezas del Sagrario de la Compañía sobre el tránsito del Renacimiento al Barroco. Toda una clase digna de cualquier manual de Historia del Arte. Recuerdo conversaciones interminables con Miguel Ángel González sobre el aura de las imágenes desde tan sólo el barro húmedo. A la altura de cualquier enciclopedia de aquella biblioteca en la que estudiamos los raros en Filosofía y Letras. Artistas, no sólo por su destreza, sino por su sabiduría. Poso de todas y cada una de sus obras.  

Vuelvo a mis libros y apuntes de la carrera para intentar entender y buscar explicación ante el escozor de ojos que últimamente estoy padeciendo. Encuentro el diagnóstico  en el teórico Henri Focillon. En su obra Vie des Formes desarrolla varios conceptos que podríamos aplicar a lo que está sucediendo ante mis dañadas pupilas. Focillon describe que en el estilo artístico (apliquémoslo, por ejemplo, al de un prioste) existen tres fases. La Experimental, donde el estilo se define a través de pequeños balbuceos comedidos. La Clásica, donde se establecen los cánones estéticos, limpiando la fase primitiva , donde se adquiere el carácter que va más allá de las fluctuaciones del tiempo y donde el estilo alcanza su máximo esplendor. Y la última fase, llamada de refinamiento, es donde el artista encuentra la necesidad de conceder protagonismo a su personalidad individual, saliéndose de los cánones,  de la gramática, de la sintaxis artística, provocando manifestaciones que les son difícil de entender al pueblo. Focillon afirma que esta última fase es sinónimo de decadencia, agotamiento de la inspiración y un triste manierismo condenado a ser un paupérrimo epígono de lo alcanzado en épocas anteriores. 

Ahora lo entiendo todo. 


Rafael Cuevas








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