Su llegada.
El Otoño entra en Córdoba por San Pablo. Por esa calle arriba se van amarilleando las hojas de los árboles de los patios y las hojas de los libros del verano. También se van oscureciendo los amores del estío, esos fugaces e inolvidables, para dar paso a los amores tiernos y templados que nos traerán estos meses, los amores más maternales. El otoño llega escurriéndose por las fachadas de las casas solariegas de una calle en la que el olor a pan recién hecho se entrelaza por los callejones que se van cubriendo ya de la verdina que sale del huerto de las jerónimas de Santa Marta.
El otoño lo trae Ella.
Como si ante una diosa del otoño profana nos arrodilláramos, como si fuera el Santa Santorum de un templo egipcio hacia el cual se dirige una luz firme el día que cambian los solsticios y nos embelesáramos ante ello, como recibe la tierra quebrada las primeras lluvias, así la recibimos a Ella cuando se coloca en el altar mayor de San Pablo.
Su coquetería femenina nos trae el olor a nardos de esta época, su maternal caricia el abrigo de los primeros saquitos y rebecas, su inalcanzable belleza los atardeceres otoñales de un cuadro de Antonio del Castillo, su sacralidad las canciones marianas del carillón en los ya fríos amaneceres, su empalagosa dulzura los roscos, los pestiños que vienen con estas tardes.
El Otoño entra en Córdoba por la calle San Pablo y de manos de Ella y el 7 de octubre. Casi nada.
Felicidades Altísima.
Rafael Cuevas
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