Siempre he escuchado que los cofrades somos muy llorones, que lloramos con mucha facilidad. Puede ser verdad, pero hay momentos en nuestras vidas que sólo se experimentan una vez y no se pueden explicar, por eso expresamos nuestros sentimientos con esa parte tan íntima de nosotros mismos.
No sólo lloramos de tristeza, también lloramos de alegría, por haber podido cumplir una promesa o porque no nos salen las palabras adecuadas para dar gracias.
Sí, lloré como nunca antes lo había hecho al estar frente a Ella. Era la primera vez que mi Madre Celestial y el fruto de mis entrañas se miraban cara a cara. Sin embargo, no fue ese el momento más emotivo. Ése llegó después. Con el silencio que rompía mi bebé al lloriquear por hambre (que también se llora por eso).
De ese momento sólo fuimos unos pocos testigos. Un momento, que sin fotografías se quedará guardado en nuestras retinas por siempre. Un momento que, al quitarme a mi hija de mis brazos y dársela a Ella, se paró el reloj, como bien dice el grupo Senderos en su sevillanas. Un momento en el que Rocío dejó de llorisquear y echó una sonrisa porque estaba con su otra Madre. Su Madre del cielo, la que desde su primer segundo de vida está velando por ella, estoy segura.
Un momento que terminó con una salve, una salve que mi gordita linda escuchó antenta sin apartar sus ojos de la Reina Marismeña. Un momento en el que su pequeño corazón se llenó de tanto amor que se olvidó hasta de comer.
Luego volvió a llorar con fuerza, con tanta fuerza, que salimos corriendo a preparar su bibi para saciar ese hambre voraz que tiene.
Por eso, nunca digas que lloramos demasiado, que debemos dejar de hacerlo. Nunca sabes el porqué de esas lágrimas y si pueden ser borradas con sólo la presencia de una Madre buena.
Gracias a todos los que me ayudásteis a tenerla allí. Gracias, mil gracias, porque Ella sabe lo que pasé hasta ver ese momento con mis ojos.
Raquel Medina
Recordatorio Sendero de Sueños: 20 años no son nada
