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viernes, 30 de octubre de 2015

El día que dimitió Javier Romero


Blas Jesús Muñoz. Aquel verano de 2014 en que los preacuerdos con formaciones musicales se pusieron de moda allá por Santiago pasó, pero en su recuerdo quedaron las formas de, pese a lo que se podría pensar, una inestabilidad que ahora empieza a mostrar sus signos inequívocos.

Por aquel entonces, se firmaron dos bandas como se rubrican los pre contratos de la FIFA, a partir de los seis meses antes de que el jugador de turno finalice el contrato en vigor. Se adentraban las cofradías, o una cofradía, en un terreno ciertamente mediático, si bien en la virtud está el pecado y el hecho de conocer al resto de las bandas con las que se entablaron conversaciones no ayudó y supuso el primer aviso.

El segundo y mucho más elocuente llegó con la dimisión del capataz del Cristo de las Penas. A Javier Romero poco o nada le queda por demostrar delante de un paso. Sin embargo, su dimisión coincidiendo con la igualá no dejaba lugar a la duda de que algo se estaba moviendo en Santiago. A todo ello, los dirigentes de la corporación del Domingo de Ramos dejaban escapar a uno de sus mayores activos.

El otoño de 2015 sigue dejando muestras de este cambio de rumbo hacia un lugar desconocido. Si la apuesta de la Hermandad por David Arce se consolida estaremos ante la certeza de que se eligen a un buen capataz. Lo que dictamina la duda es el criterio seguido, si tenemos presente que, tras la marcha de Romero al frente de la cuadrilla del Cristo de las Penas, se apostó por alguien de la casa, a diferencia de lo que podría ocurrir ahora.

Por otra parte, el comunicado de la Junta de Gobierno no deja que pensar nada más que en la serie de eufemismos que ni aciertan a explicar los motivos de la destitución de Manuel Ortega; optan por denominarla, no ratificación; toda vez que ponen paradójicamente en valor la labor realizada durante una década para que la misma parezca no servir para mantenerlo en el cargo.






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