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domingo, 18 de octubre de 2015

La Feria de los Discretos: Spes Nostra Salve


Cae la lluvia de otoño. Fina y pertinaz. A pesar de ello la calle San Pablo es un continuo ir y venir de gentes. Nativos y foráneos se hacen presentes en la collación de San Andrés apóstol.  El agua sigue cayendo del cielo de forma pausada, como si quisiera estar presente sin molestar. Los jóvenes lucen sus mejores galas. Es como un Domingo de Ramos en pleno mes de octubre. En el interior del templo, Jesús de las Penas y su bendita Madre de la Esperanza, lucen radiantes en sus pasos. Tisú blanco y oro la túnica del Señor sobre un imaginario pavimento de la Torre Antonia, exornado, eso sí, con flores de tonos azules. Bajo palio de malla y guadamecíes, la Madre de la Esperanza. Ni decir tiene que irradia belleza serena. Los nardos perfuman el ambiente y recuerdan la pureza de la Madre de Dios, que Juan Martínez Cerrillo inmortalizara con sus gubias y pinceles en la vieja casa de la plaza de San Rafael.

Atrás quedaron los años donde los gitanos de la Alhóndiga, Abades y Zapatería Vieja cantaban por zambras y tonás, a la imagen de la Virgen de la Esperanza que Rodríguez Correa custodiaba en el viejo caserón de la calle Cardenal González. El olor a romero quemado se extendía por toda la calle, antes que los faeneros la llevasen en un carro hasta la fernandina iglesia de Santa Marina de Aguas Santas. Pasada la Sacra Semana, la imagen retornaba al domicilio de su propietario. La hermandad, en un gesto honroso, decide rendir culto a una imagen de su propiedad y es entonces cuando Martínez Cerrillo entra en escena gubiando un rostro divino y moreno que pronto gano la devoción de aquellos gitanos de bronce y de los castellanos que acudían a la fernandina iglesia del barrio de los toreros.

Los años pasan por nuestras cofradías. Pocos si se compara con los anales de otras radicadas en otras capitales, que no sufrieron decretos como el dictado por nuestro obispo Trevilla. En Córdoba muchas de sus hermandades tienen una historia breve, o bien, interrumpida debido al decreto del afrancesado que ocupara el sillón de Osio. Las cofradías de la capital languidecieron por culpa de tal disposición. Las de vida más pujantes aguantaron la presión, pero las más débiles desaparecieron. La Semana Santa de Córdoba vivió una larga travesía por el desierto. La procesión oficial del Viernes Santo era la única referencia de la Pasión y Muerte en esta milenaria ciudad.

Tuvieron que pasar muchos años para que eclosionaran nuevas corporaciones y es ahí, cuando surgen hermandades como la de la Esperanza. Una hermandad con tinte popular, castizo y flamenco donde las haya. Una hermandad que desde su fundación gozó con la simpatía de los cordobeses y también con la devoción hacía sus titulares. Setenta y cinco años ya, tantos y tan pocos. La lluvia, fina y pertinaz, presente sin invitación se encargó de estropear la procesión que llevaría al Señor de las Penas y a su Madre de la Esperanza, hasta la Catedral. El trabajo de los más jóvenes engalanando la calle San Pablo quedó marchitó por la lluvia. Una lluvia que no se conforma con colarse inoportunamente alguna primavera, sino que también lo hizo en este otoño cenizo y gris. 

La procesión quedo suspensa, pero en San Andrés quedará siempre la "Majarí Cali" cordobesa irradiando Esperanza a todo aquel transeúnte que se la pida en forma de oración. No cabe nada más que recordar el rezo en latin: Spes Nostra Salve.

Quintín García Roelas












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