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miércoles, 23 de marzo de 2016

Jesús Nazareno


Soledad y plata, marfil y caoba impregnando el cáliz de mis recuerdos. Agazapada mi alma en una esquina, observo pacientemente el avanzar de tu cortejo atravesando la oscuridad. Yo se, Nazareno, que el peso de mis pecados dificulta tu caminar. Por eso, Señor, cada vez que caes al suelo, mi espíritu se arrodilla a tu vera para secarte el sudor con el sudario de mis oraciones y limpiar tu rostro de la sangre del rechazo, el miedo y el olvido de este mundo ingrato por el que ofreces el mayor de los sacrificios… no hay mayor amor que el del que da la vida por los demás… y por un instante quisiera cambiarme por ti y soportar el castigo de plata que lacera tu espalda azotada… pero mi cobardía me devuelve a la realidad y comprendo que no puedo estar a tu altura… y sólo puedo permitirme lo que hago… acompañarte en silencio… entre mis pensamientos… y consolar el corazón de tu Bendita Madre Nazarena.

Entre una nube de incienso,
Viernes Santo Madrugada,
llevas la cruz del silencio
huyendo de las miradas.

No comprendo Padre Mío
la impotencia que padeces
ni el por qué de tu martirio
si el hombre no lo merece.

Llanto de sangre y de muerte
en los ojos de tu Madre,
la que llaman Nazarena
se muere en sus soledades.

Cruz de plata y de pecado,
de olvido y de sufrimiento,
cargan tus hombros cansados
por redimir a este pueblo.

Y llora San Agustín
cada gota de la sangre, Nazareno,
que Tú derramas por mí,
cargas la cruz en que vas a morir
pa’ hacerme un hueco en el Cielo.

Guillermo Rodríguez



Foto Antonio Poyato




Recordatorio La Agenda: Historia de un sueño cumplido







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