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miércoles, 23 de marzo de 2016

Noche en vela


Blas J. Muñoz. Buscó y rebuscó en los recuerdos que superaban aquellos cincuenta años. La pequeña habitación solo tenía tres muebles y un ordenador. La estantería y el armario estaban repletas de libros que apenas guardaban un orden coherente. Abrió el armario y tomó una antigua edición de "El retablo de las cofradías" y pudo evocar con precisión los instantes en que el poeta le entregó aquel ejemplar que guardaba como un tesoro. 

Pasaron minutos u horas leyendo y releyendo, intentando configurar en su interior cómo sería aquella Semana Santa de la que tanto le habían hablado. Más humilde, menos tumultuosa. Tal vez su escalofrío sería más intenso, espiritual, silencioso. Nunca fue capaz de retener demasiados datos, pero la evocación lo transportaba a un universo distinto amasado en el blanco y negro de las fotografías.

Miró hacia la ventana y comprobó como la escarcha lo había aislado de su propia realidad. Frente al ordenador, otra imagen del pasado que un buen amigo había tenido a bien compartir hacía poco. El Señor de la Caridad parecía avanzar hacia el primer plano del presente, desde aquel año de 1944, como si el tiempo cobrase otra medida ignota. Flanqueado por sus nazarenos, la ciudad, tan igual, se hacía distinta en su escorzo. Él era el mismo o, quizá, diferente al mismo que hubo antes de ese momento y al que vendría apenas un minuto después.

La noche avanzaba a otro paso en aquella estancia con la sola luz que emitía el monitor. Tecnología sometida, por un momento, a su pretérito, a la liturgia antigua que se reza a sus pies como su Dolorosa. La imagen lo había atrapado y los sonidos de aquella madrugada de Cuaresma eran parte de otro universo paralelo al que nuestro protagonista era ajeno, frente al Señor de la Caridad.








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