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lunes, 28 de marzo de 2016

La Feria de los Discretos: Rápida y fugaz


Rápida, fugaz, tan veloz que nos ha dado tiempo a disfrutarla. Un año más se nos ha escurrido de nuestras vidas, al igual que el agua fresca de una fuente entre los dedos de la mano inocente de un niño. Siempre ocurre lo mismo. Mientras con más ansia y ganas se espera, más efímera llega a su fin glorioso. En un abrir y cerrar de ojos pasó la semana más Santa de todas las semanas. Una Semana Santa de contrastes, de sentimientos encontrados y a la que hay que buscar siempre su sentido principal, que no es otro que el triunfo de la vida sobre la muerte, gracias el Hijo de Dios hecho hombre.

Aún permanece en el recuerdo, el golpear violento de la lluvia y el granizo en los cristales de los ventanales del Real Liceo el Domingo de Ramos. Una jornada que quiso ser luminosa, pero que cedió ante el temporal, no permitiendo que Jesús entrase triunfal en la ciudad a lomos de un borriquillo. El cortejo paso por las puertas del Liceo camino de San Lorenzo. Solitario, un paso tras otro. Sin más sonido que las oraciones de los costaleros que los portaban y los aplausos de un público que veía frustrado por la lluvia el momento. Lluvia que abortó la tarde impidiendo a las cofradías realizar estación de penitencia y dejando también ver la temeridad y falta de previsión humana cuando desde la vieja casa franciscana, la hermandad de la Oración en el Huerto desafió la tempestad, poniendo en juego su patrimonio material y también el humano de sus hermanos.

Más coherentes fueron las corporaciones del Lunes Santo, quienes con todo su dolor suspendieron sus respectivas estaciones de penitencia, todas salvo la del Vía Crucis del Santísimo Cristo de la Salud, que como en otros años, no dejo huérfana una jornada cada vez más de contrastes, donde el bullicio de las cofradías de extramuros disienten con el clasicismo y silencio de las erigidas en las  reales parroquias de San Nicolás de la Villa y San Lorenzo.

Tras la tempestad viene la calma. El Martes Santo, el día donde procesional las cofradías mas jóvenes, todo comenzó a volver a la normalidad. El pueblo pudo disfrutar de sus cofradías dejándonos la jornada emotivas estampas como el paso del misterio del Cristo de la Sangre por el patio de los Naranjos; la Santa Faz de recogida a la Trinidad; el Buen Suceso por la calle de la Feria; la Agonía por Fuente de la Salud y el Prendimiento por Puerta Nueva. La cofradía universitaria, anacrónica para esta Córdoba que no acaba de aceptarla, fue la única que suspendió su salida, pero de seguro el pueblo, menos docto y menos sabio que sus regentes, no la echó de menos.

El Miércoles Santo se pudo comprobar que en el pueblo de Córdoba, hay cofradías que no saben caminar. Es injustificable que con trescientos nazarenos y dos pasos sea preciso abarcar cincuenta minutos de paso. De locos. Ello motivo los primeros retrasos importantes de una Semana Santa que estaba llamada a marcar un punto de inflexión en la ciudad. Por lo pronto a esos ritmos tan lentos es inviable realizar una salida procesional sin complicar la vida a quien te precede y al que te sigue. El lucimiento propio es el bosque que impide ver parones, cortes, y atrasos que afean el paso de las cofradías. No obstante así, Córdoba pudo ver los misterios de la Pasión del Señor en un día que se mezcla la juventud de la Piedad y Perdón con las estampas más añejas del Señor de San Basilio, el Calvario y la personalidad de la Misericordia. 

El Jueves Santo nos trajo estampas clásicas. Día de oficios sagrados, de mantilla y terno obscuro. De institución de la Eucaristía por Poniente, de larga lagartijera por San Cayetano, paradójicamente de Caridad en el Potro, de un Cristo mexicano que abre sus brazos para abrazar a Córdoba, de hidalguía y realeza Nazarena por la calle Yerbabuena, mientras María espera en San Agustín mostrar a Córdoba el cuerpo inerte de su Hijo. Un día en que comienza el triduo sacro, días grandes de la Pasión y jornada para meditar y orar para redimir nuestras culpas, porque no hay que olvidar que son días para vivir nuestra fe y no confundir con un espectáculo en las calles.

Todo va llegando a su fin. El Viernes Santo nos dejó esa impronta de lo efímero. Todo comenzaba a apagarse, menos las luces al paso del Santo Sepulcro, y se vislumbraba que todo se había cumplido. En la madrugá Cristo muestra su Buena Muerte para la humanidad, mientras la Virgen de advocación más cordobesa, Reina de los Mártires procesiona sobre su palio carmesí que marcó una época gracias a las agujas y manos de Esperanza Elena Caro. Ya en la jornada de tarde, Cristo expira en el Compas de San Pablo, gritando que todo se ha cumplido, mientras su Madre silente llora a los pies de la cruz. Por el puente romano y con el dosel de la Calahorra, Cristo es descendido del patíbulo por los Santos Varones un año más teniendo al Guadalquivir como espejo improvisado. Con aires de Asís, María llora su Soledad en Santiago con una estética cada vez más clásica en la ciudad. La Madre de Dios y Madre de Córdoba, pisa los cantos pétreos de Capuchinos, llorando para mitigar sus Dolores, mientras el Cristo de los Desagravios, vulgo de los faroles, se transforma en Clemencia precediéndole. Por la Compañía Jesús descansa en el rico Sepulcro herreriano. Estampa de otros tiempos, de procesión oficial decimonónica en virtud de un decreto firmado por un Obispo de triste recuerdo. Si siguiera vigente la Madre Desconsolada no iria en Sacra Conversación escoltada por esbeltos exornos florales de bolas de azahar, ni la Semana Santa sería como hoy la conocemos.

Todo ha terminado. Pero estamos equivocados. Todo empieza en Santa Marina la gozosa mañana del Domingo de Resurrección, cuando un mar de hábitos blancos pregona a boca llena a Córdoba, que Cristo vive. Cristo ha resucitado. Feliz Pascua de Resurrección a todos aquellos que leen las lineas que escribe este trueno que también tuvo la dicha de vestirse de nazareno de forma anónima y callada.


Quintín García Roelas








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