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martes, 25 de agosto de 2015

El Cirineo: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?


A lo largo de los siglos, el ser humano ha desarrollado paulatinamente la tendencia de enmascarar bajo artificios del lenguaje lo que dice cuando por algún motivo no desea que su pensamiento sea conocido de manera transparente por el común de los mortales. Ciertamente la riqueza del vocabulario permite la utilización de la técnica del eufemismo para evitar las denominadas palabras tabú y ocultar bajo un velo de palabrería biensonante el auténtico significado de lo que se pregona a los cuatro vientos. Un ejemplo cercano física y temporalmente lo podemos encontrar en la alcaldesa de Córdoba que cuando dice "tras la restauración del cuadro de San Rafael estará a disposición de todos los cordobeses para que puedan disfrutar de él" lo que realmente quiere decir es haré lo que sea necesario para sacar a San Rafael del Ayuntamiento tal y como pregoné en cuanto tomé posesión de mi cargo.

Esta técnica encuentra su depuración hasta el extremo de lo lacerante entre la clase política que tenemos la mala suerte de padecer, y dentro de la multiplicidad de ejemplos que podríamos emplear para atestiguarlo, están los numerosos casos en los que cierta tendencia esconde tras determinadas expresiones la verdadera esencia de su mensaje.

Por ejemplificar nuevamente, cuando en determinados foros se abandera la causa palestina, justificando el uso de la violencia en forma de terrorismo porque presuntamente el estado opresor no ofrece alternativa para su defensa, el viciado lenguaje oculta un antisionismo, un antisemitismo evidente, que algunos identifican con la extrema derecha y que en cambio es moneda común en el otro extremo de la cuerda. Y esta perversión del vocabulario alcanza sus cotas más elevadas de cinismo cuando tras palabrería barata no ya se manipula el lenguaje para que parezca que se dice lo que no se dice, sino que directamente se miente. Buena muestra de ello son las últimas declaraciones de esa especie de mafioso disfrazado de justiciero de película de Charles Bronson llamado Varoufakis. Cuando este individuo, que admite haber grabado sus reuniones confidenciales con las autoridades de la Unión (que no son entes abstractos de poderosos, “manque” le pese al señor cuyo apellido significa curiosamente bolsa para guardar dinero, sino personas elegidas en procesos democráticos y que representan a todos los europeos que hemos pagado el sueldo y los desmanes de este exministro hasta que alguien lo puso de patitas en la calle), pregona en una entrevista que “la primavera griega ha sido aplastada no por tanques sino por los bancos” no enmascara con palabras grandilocuentes un mensaje que prefiere transmitir oculto bajo un manto de eufemismo, sino que directamente miente. Lo que trasciende de su mensaje es que la sociedad actual se debate entre dos bandos, el pueblo, entendido como esa entidad absolutamente honorable que lucha por sus derechos y la justicia social y que es profundamente solidario con sus semejantes (nada que ver con ese vecino que todos tenemos que paga o cobra facturas en B y al que le importa un pito el bien común o mira para otro lado cuando escucha cómo le pegan a un niño a una maltratada), y los poderosos, los dueños del dinero, la casta (¿les suena?) que viven a nuestra costa y quieren someter al ciudadano ahogando sus naturales exigencias de libertad.

Varoufakis miente, al igual que todos estos charlatanes que venimos padeciendo en España desde el tristemente famoso 14 M, que se han materializado en toda una fuerza política de odiadores profesionales del status quo que tanto esfuerzo ha costado alcanzar a varias generaciones de este país y que con sus ventajas y sus miserias y defectos han posibilitado que en España, y por extensión en toda Europa, gocemos de un progreso desconocido en cualquier otra época histórica y desde luego inexistente en todos esos países desde los que llegan oleadas de personas desesperadas por habitar este universo gobernado por oligarcas que nos oprimen, o esos otros donde la escasez provoca colas interminables en los supermercados y que a algunos de estos charlatanes les parece el paraíso.

De existir dos bandos, uno estaría formado por los que no pagan lo que deben y el otro por todos los demás, los que sufrimos mes a mes para pagar nuestra hipoteca mientras papá estado nos detrae una parte del salario, ese que tanto esfuerzo nos cuesta ganar, para entre otras cosas prestarle una millonada a esa Grecia “aplastada por los bancos” y pagarle el sueldo a estos predicadores baratos, que nos mienten a sabiendas de que nos están mintiendo.

Y lo más grave no es que engañen al pueblo, sino que obtienen réditos políticos a costa de la desesperación de muchos, de momento en forma de sillones en parlamentos autonómicos y ayuntamientos y en breve entre los diputados. Por si ello fuera poco han empujado a otras opciones políticas, asustadas por haber sido adelantadas por la hipotética izquierda, a lanzarse al abismo de la charlatanería más repugnante, esa que en mi pueblo se llama mentir como bellacos, de tal suerte (o mala suerte) que a día de hoy tenemos desplegada por toda la geografía nacional (cuando digo nacional incluyo a Cataluña) a una auténtica pléyade de vendeburras que han adquirido poder local con argumentos como acabar “con los niños que se mueren de hambre en las calles de Madrid”, pasarse “la ley por el forro” (esa que aplico selectivamente en función de mi santa voluntad) para que los okupas no terminen donde merecen (como poco fuera de edificios públicos, es decir NUESTROS, de todos los ciudadanos, y en su caso puestos a disposición de la justicia) o el cotizadísimo “el pueblo debe acabar con los corruptos” para al día siguiente regalar puestos en la administración a personajillos cuyos mayores logros han consistido en insultar a aquellos núcleos de población que no son de su agrado (católicos, judíos o simplemente de cualquier opción política diferente a la suya), formar parte del mismo “movimiento social” o ser familia carnal o política del embustero de turno.

Resulta fundamental concretar que cuando todos estos cuentacuentos utilizan la palabra pueblo, no se refieren a todo el pueblo, sino exclusivamente a esa parte del mismo que opina como ellos, a aquél sector de población que considera de su cuerda, de su club, y el resto… el resto es el enemigo, que hay que deslegitimar, atacar, vilipendiar y en su caso eliminar. Y entre aquellos que son el enemigo, que nadie lo dude a estas alturas, está la Iglesia, que tampoco es un ente abstracto de individuos con sotana sino que se compone de todos los católicos, incluidos los que integran las cofradías, que representan un fenómeno asociativo, que en primer lugar identifican con esa España rancia que pretenden borrar del mapa y de la historia, como si nunca hubiese existido, al igual que está haciendo el Estado Islámico eliminando aquellos vestigios de la historia que no cuadra con su concepción única de la realidad y que supone un movimiento que no dominan y que entienden que difícilmente podrán controlar. Los antidemócratas, que es lo que realmente son, no utilizan sus cartas para vencer legítimamente en el contrapeso de poderes, de tal modo que puedan materializar su pensamiento, sino que intentan minar al contrario hasta hacerlo desaparecer. En buena lid, un movimiento que fue ejemplo de democracia y jamás se plegó ante el poder ni siquiera en tiempos del dictador ferrolano es imposible que sea dominado fácilmente.

Por eso somos objetivo de su furia, por la identificación con un sector político que unos y otros han hecho durante años, desde la más profunda ignorancia de la realidad de las hermandades y la profunda heterogeneidad de sus integrantes y por representar un amplio sector de la población que si es descabezada y despojada de elementos aglutinadores, como el sentimiento de pertenencia a un grupo, será más sencillo de doblegar, someter y en su caso de anular.

Cuando todos estos charlatanes anticlericales esgrimen el argumento de convertir en laica una sociedad que ya lo es y defienden que los cargos públicos no deben asistir a eventos religiosos, haciendo dejación de parte de sus funciones en el ejercicio de su responsabilidad, jamás quieren decir religiosos, sino católicos, porque basta con repasar las hemerotecas de estas últimas semanas para demostrar científicamente que no tienen empacho alguno en acudir a eventos religiosos organizados por otras confesiones.

Cargos electos de Izquierda Unida y del partido del tipo de la coleta, entre otros pertenecientes al mismo espectro, han acudido, sin esconderse en ningún momento, a actos organizados por comunidades musulmanas, lo cual no supondría ninguna objeción salvo por el pequeño detalle de haber defendido hasta la saciedad, y seguir haciéndolo, que los cargos públicos no deben acudir a eventos religiosos en defensa de su concepción peculiar de estado laicista (que no laico). Llegados a este punto, caben diversas interpretaciones, la primera de ellas implica que no consideren el Islam como una religión, la segunda que desconozcan el significado del término religión y que nadie les haya enseñado a distinguirlo de cristianismo o catolicismo, la tercera es que hayan abrazado la fe musulmana y por tanto acudan a celebrar actos como el fin de Ramadán en el ejercicio de su libertad individual y no como cargos públicos, y la cuarta es que cuando dicen “no acudir a eventos religiosos”, mientan y realmente lo que quieran decir es que los cargos públicos pueden acudir a actos religiosos de cualquier confesión excepto la católica. Juzguen ustedes mismos, cuál de las opciones les parece la correcta. Yo, desde luego, tengo mi visión subjetiva y particular, nos toman por imbéciles, en el convencimiento de que no nos damos cuenta. La sorpresa que se van a llevar cuando descubran lo contrario será mayúscula, supongo.

Desconozco cuál es el motivo de que militar en un partido político y acceder a un cargo público provoque este generalizado trastorno del lenguaje, del mismo modo que desconozco si tiene cura. Si alguien conoce antídoto, por favor que sea tan amable de facilitarlo a nuestra clase gobernante (es un decir) para que sean capaces de una puñetera vez de llamar al pan pan y al vino vino y a la persecución al catolicismo y a las cofradías, pues eso, persecución al catolicismo y a las cofradías, sin subterfugios, eufemismos y medias verdades. Porque por mucho que les cueste entenderlo, el pueblo no es gilipollas y termina dándose cuenta del timo, que no quepa duda a nadie.


Guillermo Rodríguez












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