La Niña de los Peines y la de la Alfalfa, con otras
cantaoras menos conocidas, elevaron la saeta a su máxima expresión y
perpetuaron el esquema tradicional con el que ha llegado a la actualidad.
El segundo capítulo de esta serie concluyó con la
transformación de la saeta a través de los grandes cantaores Manuel Torre,
Manuel Centeno y El Gloria, que la llevaron a su etapa dorada. En este apogeo
mucho tuvieron que ver las voces femeninas, mujeres que encumbraron este cante,
a cuya historia quedaron hilvanados sus nombres. En el recuerdo colectivo
quedan depositadas las célebres interpretaciones de La Niña de los Peines y La
Niña de la Alfalfa, pero en aquellos años -previas a ellas, incluso- hubo también
otras cantaoras que contribuyeron a enaltecer la saeta.
Es el caso de Mercedes Valencia, La Serrana. El flamencólogo
Ricardo Rodríguez Cosano considera a esta jerezana como la fuente de la que
bebe Manuel Torre. Hija del cantaor Paco la Luz, pronto se trasladó a Sevilla,
donde residió en la Alameda de Hércules hasta que murió por arteriosclerosis
alrededor de 1940. Los expertos destacan de ella sus cantes por seguiriya, de
los cuales han llegado hasta estos días algunas grabaciones. Este palo flamenco
lo introdujo también en la saeta, por lo que se convirtió en clara precursora
de lo que luego harían Torre y Centeno. Dentro de su trayectoria hay que
destacar la placa (antecedente del disco) que grabó con el cantaor jerezano y
que en palabras de Rodríguez Cosano, supuso "una auténtica
revolución" puesto que se observan modificaciones respecto a la saeta
primitiva, a la que añaden los primeros aires flamencos.
También adquirió especial relevancia la figura de la
sevillana Rosario Núñez, La Andalucita, de la que se desconocen las fechas
concretas de su nacimiento y muerte. Vivió a caballo entre el siglo XIX y XX,
cuando la saeta sufrió la transformación que la introdujo en el flamenco. Pese
a no poseerse muchos datos biográficos sobre ella, se sabe que actuó en el
Teatro Imperial de Sevilla y que estuvo de gira por Argentina, Cuba, Venezuela,
Suecia y Francia. El historiador de flamenco José María Ruiz apunta en uno de
sus artículos que en 1925 fue presentada en varios salones de Madrid como
"la reina de las saetas". Su contribución a este género también fue
el de meterlo por las seguiriyas hasta completarlo como lo hicieron La Niña de
los Peines y Manuel Vallejo. Una de las letras que se le escuchó cantar decía
así: Llorando la Magdalena / se fue a buscar a Jesús/ aquella mujer tan buena/
lloró tanto ante la Cruz/ que el llanto daba su pena.
Antes de este logro otras mujeres habían sentado las bases
de la nueva saeta cuando la interpretaban de una forma primitiva, es decir, muy
similar a como las cantaba el pueblo a principios del XIX, aunque con la
introducción de ciertas cadencias y quejíos que la acercan al estilo definitivo
que adquiere en el XX. Se trata de los primeros aires flamencos -aún leves- que
añadieron las sevillanas Encarna La Finito y Amalia Molina.
Pero, sin duda, una de las mujeres que contribuyeron de
forma más notoria al apogeo de la saeta fue Pastora Pavón, La Niña de los
Peines (1890-1969). Su propia trayectoria profesional constituye una clara
muestra de la evolución del género. Rodríguez Cosano pone como ejemplo esta
letra que cantó en dos ocasiones distintas de su carrera: Se enmudecieron los
cielos/ y hubo eclipse extraordinario./ Un desmayo dio a María/ al pie del
monte Calvario/ viendo a Cristo en su agonía. La primera vez que lo hace se
asemeja más al modelo antiguo de dicho cante, con una melodía bastante plana,
mientras que cuando la interpreta más adelante le añade matizaciones y ayes que
la dejan marcada para siempre con el estilo definitivo con el que ha llegado a
la actualidad.
Muchos la consideran como la creadora de la saeta sevillana.
Está claro que Pastora Pavón bebe de La Serrana y de Manuel Torre, pero con el
paso del tiempo crea una forma propia e inconfundible de cantarla que la aleja
de cualquier otra figura del momento. En una entrevista recuperada por el
periodista y crítico de flamenco Manuel Bohórquez en su libro La Niña de los
Peines en la Casa de los Pavón, esta cantaora considera que la saeta "es
popular, no flamenca", lo cual no es óbice para "entreverarla"
con "inflexiones, tercios de seguiriyas gitanas y de martinetes".
Otro nombre de mujer que llevó la saeta a su plenitud fue el
de Rocío Vega, La Niña de la Alfalfa (1901-1975). Con ella este cante adquiere
una nueva dimensión. Rodríguez Cosano recuerda que, al igual que Vallejo y El
Gloria, comienza con un tono "inalcanzable para muchos", a pleno
pulmón, sin que se corte la voz. "Parece que no van a llegar al final de
los registros de sus voces, que superan con holgura en el último tercio".
Este potencial -próximo a la lírica- es lo que motivó que los expertos Luis
Melgar y Ángel Marín considerasen la saeta de Rocío Vega como
"artística", pues le confiere un estilo tan personal, apoyado en sus
facultades, que "nació y murió con ella". Gran devota de la Virgen de
la Estrella, pasó a la posteridad aquella letra cantada en 1932, cuando la
cofradía trianera fue la única en realizar estación de penitencia: Han dicho en
el Banco Azul/ que por ser republicana/ España ya no es cristiana/ ¡Aquí quien
manda eres Tú, / Estrella de la mañana!
A La Niña de la Alfalfa siguieron muchas saeteras que con su estilo
pusieron voz a este género -de forma usual o en contadas ocasiones-, como
Antoñita Moreno, Marifé de Triana, Rocío Jurado o más recientemente Pili del
Castillo, Angelita Yruela y Pastora Soler. Mujeres que, aunque sólo la
interpretaran una vez, han engrandecido este cante.