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jueves, 3 de abril de 2014

Voces de mujer que fijaron un modelo


La Niña de los Peines y la de la Alfalfa, con otras cantaoras menos conocidas, elevaron la saeta a su máxima expresión y perpetuaron el esquema tradicional con el que ha llegado a la actualidad.

El segundo capítulo de esta serie concluyó con la transformación de la saeta a través de los grandes cantaores Manuel Torre, Manuel Centeno y El Gloria, que la llevaron a su etapa dorada. En este apogeo mucho tuvieron que ver las voces femeninas, mujeres que encumbraron este cante, a cuya historia quedaron hilvanados sus nombres. En el recuerdo colectivo quedan depositadas las célebres interpretaciones de La Niña de los Peines y La Niña de la Alfalfa, pero en aquellos años -previas a ellas, incluso- hubo también otras cantaoras que contribuyeron a enaltecer la saeta.

Es el caso de Mercedes Valencia, La Serrana. El flamencólogo Ricardo Rodríguez Cosano considera a esta jerezana como la fuente de la que bebe Manuel Torre. Hija del cantaor Paco la Luz, pronto se trasladó a Sevilla, donde residió en la Alameda de Hércules hasta que murió por arteriosclerosis alrededor de 1940. Los expertos destacan de ella sus cantes por seguiriya, de los cuales han llegado hasta estos días algunas grabaciones. Este palo flamenco lo introdujo también en la saeta, por lo que se convirtió en clara precursora de lo que luego harían Torre y Centeno. Dentro de su trayectoria hay que destacar la placa (antecedente del disco) que grabó con el cantaor jerezano y que en palabras de Rodríguez Cosano, supuso "una auténtica revolución" puesto que se observan modificaciones respecto a la saeta primitiva, a la que añaden los primeros aires flamencos.

También adquirió especial relevancia la figura de la sevillana Rosario Núñez, La Andalucita, de la que se desconocen las fechas concretas de su nacimiento y muerte. Vivió a caballo entre el siglo XIX y XX, cuando la saeta sufrió la transformación que la introdujo en el flamenco. Pese a no poseerse muchos datos biográficos sobre ella, se sabe que actuó en el Teatro Imperial de Sevilla y que estuvo de gira por Argentina, Cuba, Venezuela, Suecia y Francia. El historiador de flamenco José María Ruiz apunta en uno de sus artículos que en 1925 fue presentada en varios salones de Madrid como "la reina de las saetas". Su contribución a este género también fue el de meterlo por las seguiriyas hasta completarlo como lo hicieron La Niña de los Peines y Manuel Vallejo. Una de las letras que se le escuchó cantar decía así: Llorando la Magdalena / se fue a buscar a Jesús/ aquella mujer tan buena/ lloró tanto ante la Cruz/ que el llanto daba su pena.

Antes de este logro otras mujeres habían sentado las bases de la nueva saeta cuando la interpretaban de una forma primitiva, es decir, muy similar a como las cantaba el pueblo a principios del XIX, aunque con la introducción de ciertas cadencias y quejíos que la acercan al estilo definitivo que adquiere en el XX. Se trata de los primeros aires flamencos -aún leves- que añadieron las sevillanas Encarna La Finito y Amalia Molina.

Pero, sin duda, una de las mujeres que contribuyeron de forma más notoria al apogeo de la saeta fue Pastora Pavón, La Niña de los Peines (1890-1969). Su propia trayectoria profesional constituye una clara muestra de la evolución del género. Rodríguez Cosano pone como ejemplo esta letra que cantó en dos ocasiones distintas de su carrera: Se enmudecieron los cielos/ y hubo eclipse extraordinario./ Un desmayo dio a María/ al pie del monte Calvario/ viendo a Cristo en su agonía. La primera vez que lo hace se asemeja más al modelo antiguo de dicho cante, con una melodía bastante plana, mientras que cuando la interpreta más adelante le añade matizaciones y ayes que la dejan marcada para siempre con el estilo definitivo con el que ha llegado a la actualidad.

Muchos la consideran como la creadora de la saeta sevillana. Está claro que Pastora Pavón bebe de La Serrana y de Manuel Torre, pero con el paso del tiempo crea una forma propia e inconfundible de cantarla que la aleja de cualquier otra figura del momento. En una entrevista recuperada por el periodista y crítico de flamenco Manuel Bohórquez en su libro La Niña de los Peines en la Casa de los Pavón, esta cantaora considera que la saeta "es popular, no flamenca", lo cual no es óbice para "entreverarla" con "inflexiones, tercios de seguiriyas gitanas y de martinetes".

Otro nombre de mujer que llevó la saeta a su plenitud fue el de Rocío Vega, La Niña de la Alfalfa (1901-1975). Con ella este cante adquiere una nueva dimensión. Rodríguez Cosano recuerda que, al igual que Vallejo y El Gloria, comienza con un tono "inalcanzable para muchos", a pleno pulmón, sin que se corte la voz. "Parece que no van a llegar al final de los registros de sus voces, que superan con holgura en el último tercio". Este potencial -próximo a la lírica- es lo que motivó que los expertos Luis Melgar y Ángel Marín considerasen la saeta de Rocío Vega como "artística", pues le confiere un estilo tan personal, apoyado en sus facultades, que "nació y murió con ella". Gran devota de la Virgen de la Estrella, pasó a la posteridad aquella letra cantada en 1932, cuando la cofradía trianera fue la única en realizar estación de penitencia: Han dicho en el Banco Azul/ que por ser republicana/ España ya no es cristiana/ ¡Aquí quien manda eres Tú, / Estrella de la mañana!

A La Niña de la Alfalfa siguieron muchas saeteras que con su estilo pusieron voz a este género -de forma usual o en contadas ocasiones-, como Antoñita Moreno, Marifé de Triana, Rocío Jurado o más recientemente Pili del Castillo, Angelita Yruela y Pastora Soler. Mujeres que, aunque sólo la interpretaran una vez, han engrandecido este cante.







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