Siempre me ha gustado ir contra corriente, lo reconozco. Ir de rebelde y llevar la contraria. Dicen que se cura con la edad, pero yo he llegado a los cuarenta con la rebeldía a flor de piel. Probablemente culpa de la genética. Por eso soy de intentar encontrar lo diferente y de rebuscar por los rincones de Nisán instantes que escapan de lo comúnmente buscado.
Por eso uno de los momentos más especiales para mi cada Semana Santa escapa de lo que se podría presuponer de un hermano de la Paz, para alguien que ha sido costalero de Humildad. Cada Lunes Santo, busco con avidez algún rincón casi vacío de la Judería, cada vez es más difícil, para contemplar extasiado el paso sobrio y elegante del cortejo del Vía Crucis.
Disfruto localizando alguna callejuela estrecha, no tanto por el hecho de serla sino porque físicamente impide la masificación y por tanto es más proclive al silencio que se requiere para poder disfrutar de esos momentos mágicos. Suele existir una charla entre mis acompañantes en los instantes previos a que la Cruz de Guía invada el blanco inmaculado de las callejuelas y los tambores roncos convoquen al recogimiento. Sin embargo yo guardo silencio antes de que esto ocurra, paladeando mentalmente el hechizo de lo que nos espera e implorando a los Cielos que nada turbe lo que ha de venir.