Quizás no sea tan conocida como otras citas con la Semana Santa en España, pero la de San Roque, en Cádiz, es una de las más espectaculares y significativas de nuestro país. Cada Viernes Santo los sanroqueños, herederos de los gibraltareños que abandonaron el Peñón tras la invasión inglesa en agosto de 1704, sacan en una gran procesión 14 pasos llevados a pulso por las calles del casco antiguo, tan empinadas, que dejan sin aliento al forastero que intenta encumbrarlas.
Una imagen, la de tan larga comitiva, que seguro se parece al éxodo que protagonizaron sus antepasados hace más de 300 años, cuando, tras la toma de Gibraltar por los ingleses durante la Guerra de Sucesión, decidieron no someterse al poder extranjero y partieron hacia la ermita de San Roque, a escasos kilómetros del Peñón, donde en 1706 fundaron oficialmente «La Muy Noble y Más Leal Ciudad de San Roque, donde reside la de Gibraltar». Una leyenda que rememora el exilio al que se acogieron «voluntariamente» 5.000 gibraltareños españoles.
Pero los habitantes del Peñón no se marcharon con las manos vacías. Podrían quitarles la tierra, pero no su dignidad ni su fe. Los exiliados consiguieron rescatar progresivamente a los «santos» (así se refieren los sanroqueños a las imágenes que procesionan) que se habían quedado en Gibraltar. Los pasos del Cristo de la Humildad y Paciencia, Nuestro Padre Jesús Nazareno, Cristo de la Vera-Cruz, Santo Entierro, Nuestra Señora de la Soledad y la patrona, Santa María La Coronada, llegaron de la mano de sus más fieles devotos a San Roque, donde, más de tres siglos después, siguen paseando por sus calles a hombros de costaleros.
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