domingo, 10 de febrero de 2013
Jesús Nazareno
Soledad y plata, marfil y caoba
impregnando el cáliz de mis recuerdos. Agazapada mi alma en una esquina, observo
pacientemente el avanzar de tu cortejo atravesando la oscuridad. Yo se,
Nazareno, que el peso de mis pecados dificulta tu caminar. Por eso, Señor, cada
vez que caes al suelo, mi espíritu se arrodilla a tu vera para secarte el sudor
con el sudario de mis oraciones y limpiar tu rostro de la sangre del rechazo,
el miedo y el olvido de este mundo ingrato por el que ofreces el mayor de los
sacrificios… no hay mayor amor que el del que da la vida por los demás… y por
un instante quisiera cambiarme por ti y soportar el castigo de plata que lacera
tu espalda azotada… pero mi cobardía me devuelve a la realidad y comprendo que no
puedo estar a tu altura… y sólo puedo permitirme lo que hago… acompañarte en
silencio… entre mis pensamientos… y consolar el corazón de tu Bendita Madre
Nazarena.
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