El pasado fin de semana, el pueblo de Córdoba vivió un acontecimiento histórico, de esos que se recuerdan con el paso de los años y que únicamente viven unas cuantas generaciones. No todos los días, una imagen devocional de la importancia de Nuestro Padre Jesús Nazareno Rescatado cumple siglos.
Aquél al que todos llamamos en esta ciudad el Señor de Córdoba, lució magnífico con su nueva túnica, regalo de sus hijos cirineos, en el extraordinario paso que tallara José Carlos Rubio con un original exorno de rosas, diferente al que habitualmente presenta cada Domingo de Ramos. Estuvimos con Él muchos cofrades, formando parte de su cortejo o siendo orilla de su bendito caminar, mientras sonaban las notas de la Banda de Nuestra Señora de la Salud cuando buscaba la Santa Iglesia Catedral y por vez primera el compás de los suyos, Su Banda, cuando navegaba de regreso a su Reino del Alpargate.
Pero no es una crónica para el recuerdo lo que os quisiera contar. Otros han glosado sus pasos desde que volvió a su hogar cuando el sol del domingo abandonó el azul del cielo mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Porque tras mirarle fijamente a los ojos y rezarle en silencio, miré a su alrededor y lo que ví me dolió en lo más profundo de mi alma, como me duele cada Jueves Santo ver esas mareas que buscan desesperadamente una acrobacia imposible de aquellos que gritan ser el novio de la muerte sin prestar la más mínima atención a una de las Imágenes más maravillosas de nuestra Semana Santa.