En los últimos años se produce un curioso fenómeno a mi alrededor. Un fenómeno que se lleva dando con cierta frecuencia en los últimos cinco o seis años y con mucha mayor fuerza en el último ejercicio.
Sistemáticamente, compañeros de cuadrilla y hermanos en general, se acercan para contarme su visión de la realidad de nuestra Hermandad, la de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia y Nuestra Señora de la Paz y Esperanza. Generalmente la exposición termina con frases como “Hay que hacer algo…”, “Alguien se tiene que presentar…”, “Esto no puede seguir así…”. Obviamente esta apreciación de los que vienen a contarme difiere absolutamente de la de otros hermanos que opinan legítimamente que estos últimos años representan una época dorada de nuestra corporación y que esta Junta de Gobierno es lo mejor que nos podría haber pasado. Como siempre, apreciaciones en un sentido y en el contrario, como es lógico en democracia. Todas, repito TODAS, legítimas y respetables.
El efecto que provoca este tipo de conversaciones en mi ánimo es muy diverso, muchas veces en función de quién sea mi interlocutor. A veces provocan sorpresa, en la medida de que quien se me acerca es alguien con el que no he cruzado ni medio saludo en la última década; en ocasiones nunca. Otras veces provoca desazón, por la argumentación, la forma y el fondo del mensaje recibido y por el clima que destila este mensaje. Y otras veces provoca cierta tristeza, porque lo que me cuentan no tiene nada que ver con lo que mi infancia vivió en lo fue y siempre será mi casa.