Es un hecho que de unos años a esta parte nos hemos acostumbrado a ver por la calle, y a destiempo, a nuestras Imágenes procesionales. Ahora es habitual realizar una “salida extraordinaria” porque la Hermandad cumpla veinticinco años desde su fundación, porque la corona se le impuso a la Imagen hace cincuenta años o porque es el aniversario del angelito que lleva el palio en un varal; incluso un simple traslado de las imágenes por obras en sus templos o porque van a ser retocadas por un imaginero se reviste de toda la pompa y boato disponible. Los motivos suelen ser de lo más peregrinos, pero sólo pretenden justificar el hecho de realizar un recorrido con toda la parafernalia de trajes oscuros, costaleros, bandas, etc.
Ahora es corriente traer dos bandas, por lo menos, de renombrado prestigio, pues el caché de las mismas es inalcanzable en la Semana de Pasión, aunque hacen ofertas especiales para citas de esta índole. Lo último es el anuncio en los carteles correspondientes de los capataces que dirigirán los pasos en la “salida extraordinaria”, llegando al paroxismo de traerse a afamados señores de la cercana Sevilla y que vienen acompañados de una aureola de fama y prestigio más propia de las estrellas del balompié.
Cuando toda esta parafernalia cofrade se pone en marcha le queda a uno un particular sabor de boca; digamos que una especie de desorientación sobre el camino por el que circulan nuestras hermandades. ¿Es realmente necesario pasear las Imágenes Titulares fuera de los tiempos específicos de la Cuaresma? Podríamos responder que sí para excepciones muy justificadas, pero no veo la necesidad de que esto se haya convertido en costumbre y que los fieles de una determinada Advocación vean a sus Titulares circular por las calles con las luces navideñas reflejándose en los bruñidos varales y las coplas de carnaval compitiendo con los solos de corneta del más esforzado de los músicos cofrades.