Luces y sombras confluyeron el domingo a las orillas de Capuchinos con motivo del Rosario celebrado en honor de la Reina de la Paz y Esperanza.
La luz Ella, siempre Ella. Porque por más que llueva, truene o ventee, Ella está por encima de las miserias mundanas y brilla poderosa derramando su maravillosa grandeza sobre todo aquél que se acerca a mirarle a los ojos y rezarle bajito. Porque Ella siempre luce maravillosa por más que se empeñen en adornarla con un incomprensible broche que a algunos le recuerda al escudo de la policía nacional, regalado por quien seguramente tendrá apellido o cercanía a algún cargo.
Y las sombras… las sombras casi todo lo demás. Porque pese a que la idea de visitar todos los conventos del barrio se antoja una medida acertada que desde hace años se viene materializando, la puesta en práctica deja bastante que desear.
El Rosario de la Paz, hace mucho que dejó de ser de la Aurora; y esto no es achacable a la actual Junta de Gobierno sino a la anterior; en un absurdo intento de congregar mayor afluencia de fieles alrededor de la Señora. Los que tenemos edad suficiente y memoria (algo que cada vez escasea más en la Corporación Capuchina) sabemos que cuando el Rosario de la Paz era de la Aurora no sólo no era menor el número de participantes sino que incluso superaba en afluencia a la actual celebración, cuestión esta perfectamente demostrable con material gráfico. Sería deseable que el actual responsable de la Hermandad y el delfín que pretende sucederle se parasen a analizar cuidadosamente las causas del alarmante descenso de participantes y/o acompañantes en un acto que poco a poco ha ido perdiendo todo el sabor que tenía antaño.