Domingo 26 de enero de 2014. A esta hora hay Función Principal en Capuchinos, y estoy en casa. Si me preguntan el motivo, no se si podría explicarlo con palabras. Son sentimientos. Sencillamente no me apetece estar allí.
Entiendo que la secuencia de sensaciones por las que los seres humanos vamos pasando ante lo que acontece a nuestro alrededor es común para la mayoría de los mortales. No me considero especial en ese sentido en absoluto. Pero la realidad es que así me siento hoy por hoy.
El día de la Paz, 24 de enero, estuve como cada año frente a Ella, con el firme propósito de escuchar misa y regresar a casa. Pero desde el mismo momento en que entré por el umbral del convento, la marejada de pensamientos que me invadieron me impidió concentrarme en todo momento. Fui incapaz de escuchar más de dos frases seguidas. Tenía previsto acudir nuevamente el domingo, como suelo hacer cuando las circunstancias me lo permiten, pero a medida que pasaron los días, cambié de opinión.
El jueves por la noche y entrada la madrugada del viernes me sucedió un hecho sobre el que he estado reflexionando muy seriamente. Por mera casualidad estuve al tanto de una discusión vía redes sociales que nada tenía que ver con mi Hermandad sino con otra a la que tengo un gran cariño a pesar de ni ser hermano ni existir vinculación alguna conmigo. Simplemente le tengo cariño y ya está. Acudir a verla salir cada año es uno de los compromisos ineludibles sin cuyo cumplimiento mi Semana Santa deja de ser MI Semana Santa.
Entiendo que la secuencia de sensaciones por las que los seres humanos vamos pasando ante lo que acontece a nuestro alrededor es común para la mayoría de los mortales. No me considero especial en ese sentido en absoluto. Pero la realidad es que así me siento hoy por hoy.
El día de la Paz, 24 de enero, estuve como cada año frente a Ella, con el firme propósito de escuchar misa y regresar a casa. Pero desde el mismo momento en que entré por el umbral del convento, la marejada de pensamientos que me invadieron me impidió concentrarme en todo momento. Fui incapaz de escuchar más de dos frases seguidas. Tenía previsto acudir nuevamente el domingo, como suelo hacer cuando las circunstancias me lo permiten, pero a medida que pasaron los días, cambié de opinión.
El jueves por la noche y entrada la madrugada del viernes me sucedió un hecho sobre el que he estado reflexionando muy seriamente. Por mera casualidad estuve al tanto de una discusión vía redes sociales que nada tenía que ver con mi Hermandad sino con otra a la que tengo un gran cariño a pesar de ni ser hermano ni existir vinculación alguna conmigo. Simplemente le tengo cariño y ya está. Acudir a verla salir cada año es uno de los compromisos ineludibles sin cuyo cumplimiento mi Semana Santa deja de ser MI Semana Santa.