Acabó el bautizo y el cura cogió a la niña, entró en la capilla del Dulce Nombre, la que ya no es del Gran Poder según el Registro de la Propiedad, y la presentó a la Virgen de la saya rosa que cierra los Martes Santos cuando se mustian los primeros lirios de la Buena Muerte y se oye el eco de los últimos quejíos en el Cerro. A sus pies quedan los ramos de novia, ante su cara morena son presentados los niños y en la bulla de su paso de palio se conocen los novios, ¿verdad, Luismi? El cura podía haber hecho caso omiso, no darse por aludido de que la Virgen estaba expuesta al culto más íntimo, dejar el acto ceñido a la celebración de un sacramento en el templo parroquial donde manda el párroco y se recluyen en sus capillas las hermandades. Pero como este cura no es un cura cualquiera, pues allá que se fue el Cura Paco para ponerle el broche sevillano al bautizo. Cada día nos gusta más este sacerdote que gobierna San Lorenzo con tacto de prioste. Fue el cura que dijo que no al pregón el pasado año, que los pestiños están para jamarlos, no para hacerlos. ¡Viva el Cura Paco mandando a paseo el atril de las vanidades!
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