Este domingo asistí a la bendición de Nuestra Señora de la Concepción en su Amparo, dolorosa de un buen amigo hortelano que nos dio una lección de humildad a todos.
Sonreí al ver que sonreías, sonreí cuando tu padre me daba aquella estampita, sonreí cuando agradecías a tus mentores, sonreí cuando llorabas, aunque yo también lo hacía, porque no he visto en la vida lágrimas con más alegría, sonreí al abrazarte y al cogerte de la cintura para retratar aquel momento, sonreí ante las felicitaciones que te llegaban, sonreí por ti. Sonreí, sonreí y entendí que tenemos un lazo de unión que cuanto más frágil parece, más inquebrantable es, sonreí porque estábamos contigo, sonreí porque eres mi amigo, sonreí porque no tendrá tu Virgen estampa más bella… A los pies de nuestra Madre, alumbraba su carita nuestra Candelaria, con la bendición de quien observa mientras se resigna por ser prendido, Amarrado a Ella, y con la Oración de un Padre que tenía en sus manos tu ilusión, tus anhelos, tu fe, tu tiempo y tus ganas. Bendito momento en el que naciste, bendito momento en el que nacieron tus sueños.
Concepción que apela al cariño materno, de tu madre, de tu abuela, ambas Inmaculadas, Inmaculadas como sus sonrisas, como sus ojos, como sus entrañas. Tú, que fuiste concebido para hacer feliz a los que te rodean, sigue siempre cumpliendo tu labor, sigue siempre hablando con el corazón.