Ahí está Ella, al pié de la cruz, sumida entre lágrimas, enclaustrada en su infinito sufrimiento imposible de contabilizar con medidas humanas.
Ella, la que te tuvo en sus brazos cuando llegaste
al mundo, de la que aprendiste a caminar y a levantarte cuando la vida te golpeaba; la
que te enseñó a vestirte, a leer y a cantar, a comprender el por qué de tantas
cosas ordinarias... a vivir tu integridad, a soñar que puede modificarse el
universo.
Ella, la que
creyó en Ti desde mucho antes de que brotara tu semilla. La que confió en el
anunciador de tu existencia y en el Dios que lo enviaba. La que te protegió
entre sus brazos de la tormenta y el frío y consoló tu llanto en los desvelos
de madrugada.
Ella, la que fue elegida para ser maestra y Madre,
la que nunca abandonó tu orilla cuando hasta los que te seguían por los
caminos, se refugiaron de sus miedos en tu lejanía.