Hoy quiero hablarles de un tema sobre el cual apenas me he adentrado
nunca, puesto que no soy ningún entendido en arte. Como indica el título del
artículo, me detengo en un tema peliagudo como el de las restauraciones, más
bien las restauraciones tirando a remodelaciones… Clarifiquemos un poco los
conceptos.
Me remito a la RAE par
definir el término restaurar.
2. tr. Reparar, renovar o volver a poner algo en el
estado o estimación que antes tenía.
3. tr. Reparar una pintura, escultura, edificio, etc., del deterioro que ha sufrido.
Retomando el título… Pero remodelaciones
no. Vuelvo a remitirme a la RAE para abordar luz sobre el concepto.
1.
tr. Reformar algo, modificando alguno de sus
elementos, o variando su estructura.
En definitiva, restaurar algo es devolverle el estado
original que una escultura, una imagen sagrada en este caso, tenía. También
reparar algún desperfecto. Y remodelar es modificar algún elemento de la
estructura de esa imagen. Cargársela, en mi opinión.
He puesto este
ejemplo malagueño, pero hay infinidad de muestras del daño que hacen, en el 99%
de los casos, las remodelaciones. No por el estado final, que al fin y al cabo
da como resultado una talla muy buena, de calidad buena en la mayoría de los
casos. Pero tenemos que tener en cuenta dos factores determinantes.
En primer lugar, estamos hablando de
obras de arte. Estas pueden gustar más, menos, pero en cualquier caso son obras
de arte y como tal han de ser respetadas. Es curioso comprobar como gran parte
de las remodelaciones la realizan imagineros distintos a quien realizó la
imagen en cuestión. Es como si a algún pintor de moda de la actualidad le da
por coger un pincel y ponerse a cambiarle el color del pelo a la Gioconda de da
Vinci. Claro está que no toda la culpa está en ellos, sino en las juntas de
gobierno que solicitan y permiten este cambio, pero también considero que los
imagineros deberían negarse a realizar estas remodelaciones. Seguro que si
piensan que dentro de 100 años un compañero de profesión le va a cambiar la
boca a una de sus dolorosas no le gusta demasiado.
En segundo lugar, y más importante si cabe, es destacar que estamos ante imágenes
sagradas, devocionales. Pongo un ejemplo que puede parecer demagogo pero que no
dista mucho de lo que puede suceder en la realidad. Piensen en una mujer mayor
que lleva toda la vida en la Hermandad, incluso hace treinta años estuvo en la
junta de gobierno. Y ahora se la llevan para restaurarla, y al cabo de cuatro
meses… viene otra dolorosa con una cara distinta pero con la misma advocación.
¿Qué podría pensar? Toda la vida rezándole a esa Virgen y de la noche a la
mañana… Sólo quedan estampitas y fotografías para poder orar, puesto que esa
cara no podrá contemplarla más en directo. Es muy triste que esto suceda. Si,
como decía anteriormente, hay que respetar a las imágenes como obras de arte,
más aún si cabe hay que respetarlas como devoción del pueblo.
Sí, soy el primero en defender que todas las imágenes de Jesús o María
tienen la misma importancia, puesto que representan todas a la divinidad. Pero
no por ello hemos de negar la importancia de tener un Cristo al que rezarle,
puesto que así es como los cofrades nos acercamos a Dios, poniéndole cara. Y
esa cara ha de respetarse, y más desde las juntas de gobierno de las
Hermandades. Y ahí es donde recobra importancia la figura de la restauración,
devolver a su estado anterior a imágenes sagradas que, o bien han sufrido algún
desperfecto físico (como la rotura de algún dedo), o tienen la policromía
estropeada y distante del estado primigenio de la talla. Para muestra de una
buena restauración… La de la Estrella del barrio sevillano de Triana.
Las imágenes sagradas pueden y deben ser restauradas, pero sobretodo han
de ser respetadas por encima de cualquier cosa. Las remodelaciones sobran.
José Barea
Fuente Fotográfica
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