Os escribo para explicar a todos, creyentes, agnósticos y ateos, cofrades, semana santeros y a los que disfrutan de vacaciones de primavera, cómo yo, que publico artículos describiendo las emociones que me produce la fe desde mi prisma católico, también tuve una crisis de creencias.
Tendría unos trece años cuando decidí dejar de salir de nazarena, aquel año mi hermandad se quedó en casa debido a la lluvia y recuerdo que tras meter la túnica en la bolsa, corrí a encerrarme en el coche y llorar hasta quedarme dormida. Apretaba los puños, fruncía el ceño y cerraba los ojos, quería pensar que aquello no estaba pasando.
Solamente quería retroceder en el tiempo, cuando entregué mi papeleta de sitio, cuando me recogí el pelo en una coleta y apreté mi cíngulo. Justo antes de esa eterna media hora, antes de rezar tras anunciar que ese año la lluvia no cesaría, ese año la estación de penitencia sería en casa.
Por entonces, mi escasa –casi inexistente- experiencia no me dejó dilucidar que aunque distinta, allí también se podría hacer la estación de penitencia.