Toda una vida a tu lado,
latiendo en el océano de tu mirada y naufragando una y mil veces en la
nostalgia de tu lejanía...
Mi niñez habitó en tu regazo, recorriendo tus esquinas y respirando tu humilde grandeza, la que no se apaga nunca, la que se alimenta de mis versos y oraciones y recorre mis arterias como esencia de la gloria que mis padres me enseñaron a descubrir escudriñando por los rincones del convento, entre tulipas y candelabros rociados de cera y túnicas atesoradas en el altillo de la casa de hermandad. En aquellos tiempos no era tan frondoso tu bosque… sólo algunos árboles… Pero tu semilla se fue sembrando por los cuatro puntos cardinales, y fue brotando lenta y calladamente.