La Virgen no dejó de recibir muestras de devoción, con edificios engalanados y numerosas petaladas.
Málaga entendió también muy bien la importancia del aniversario y se rindió ante su Señora. La Esperanza no es de salir de forma extraordinaria. Sólo lo hace el Jueves Santo. Ayer se erigía en representante inmejorable de mostrar al mundo cómo Málaga concibe su Semana Santa. Y la imagen no dejó de recibir muestras de devoción. Sus fieles supieron estar a la altura, engalanaron numerosos edificios y recibieron a la Virgen con lluvia de pétalos.
Desde el principio la bulla formó un pequeño tapón. Pero a la archicofradía le gusta que la Virgen camine recibiendo el calor de su pueblo. Sale para eso. Pero esto dificulta el correcto caminar del trono y el orden perfecto de la procesión, que sufrió algunos parones y cortes en distintos puntos. Desde los balcones se arrojaron aleluyas personalizados con frases de devotos que servían para anunciar la llegada de la Virgen. 15 modelos distintos. La primera gran petalada la recibió en la calle Cisneros, a la altura del número 10. Pero fueron constantes. Innumerables. Un poco más adelante la esperaban corporativamente Dolores de San Juan y Fusionadas. Y allí la capilla musical de la Unión Eloy García interpretó el Stabat Mater del Padre Gámez.
La Virgen seguía recibiendo muestras de cariño, más allá del trabajo desarrollado por la albacería de la corporación. Y en calle Carretería fue la apoteosis. Otra vez en Carretería, como en 1988. «Volverá cuando Ella quiera», decía Carlos Gómez Raggio entonces. Ayer, que ya era hoy, la Virgen volvió a demostrar que es allí donde puede presumir de devotos. Balcones engalanados a diestro y siniestro, una gran serigrafía de su profunda mirada, más pétalos, más piropos, más vítores... Otra vez balcones con colgaduras y reposteros hasta llegar a la Tribuna de los Pobres. Era ya tarde. O no, era temprano. Casi de día...