El miércoles 31 se celebró una misa de desagravio por el cobarde atentado contra la Catedral de Santiago en la pasada fiesta del apóstol, el 25 de julio.
Aprovechando la celebración, un grupo de anarquistas irrumpieron cobardemente en la Catedral a sabiendas de que nadie se podía defender en esas circunstancias. Hay que hacer notar que la mayoría de los fieles eran mujeres, gente de edad, la que podía estar a esa hora de trabajo en una celebración religiosa.
Como señaló Monseñor Ezzati en su carta a los fieles: “Por más de veinte minutos (estos anarquistas) intentaron interrumpir la celebración, la que, a pesar de todo, gracias a la entereza de los fieles pudo llegar hasta el final. La intolerancia de los fanáticos y su violenta irracionalidad ha sido una grave ofensa a Dios y a toda la comunidad de los creyentes en Cristo, ha dejado huellas dolorosas en agresiones y maltrato a varias personas y en la destrucción y daño al patrimonio artístico religioso del principal templo del país”. No es un asunto solo de los católicos. Es una agresión cobarde contra la democracia, la tolerancia, el respeto mínimo a la convivencia y la manera de entendernos. Destruir es fácil; construir, es lo racional y valiente.
Nada peor que la cobardía. Lo más deleznable de estos ataques destemplados, a conciencia, con premeditación y alevosía es el escudarse en la masa; no dar la cara, actuar bajo el manto de impunidad que una complacencia ante la violencia les ha regalado.
La tolerancia, el respeto a la diversidad, el diálogo como camino de encuentro son la base de la democracia. No deterioremos los presupuestos básicos de los derechos humanos, que son patrimonio de la cultura cristiana. Por culpa de unos pocos que abusan de su poder (...) perdemos todos.
Hugo Tagle
Capellán Universidad Católica de Chile.
Profesor Letras y Teología.
Columnista de varios medios
de comunicación chilenos.
twitter: @hugotagle