Antes de que el título del artículo provoque el pánico entre aquellos que ven fantasmas donde no los hay, donde nunca los ha habido, quisiera aclarar tres cuestiones que nada tienen que ver con el tema que nos ocupa.
1. Este artículo habla de las Cofradías en general no de una Cofradía, cuadrilla, grupo o reunión de amigos en particular; por tanto, desconecten el "modo rabieta" los propensos a mirarse el ombligo.
2. Cuando algún asunto de actualidad requiera hablar de una hermandad en particular haremos algo tan insólito como nombrarla y listos.
3. Se trata de un artículo de opinión. Por si necesitase este término mayor nivel de detalle, diremos que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua establece que opinión, (Del lat. opinĭo, -ōnis), es "Dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable" y en una segunda acepción, "Fama o concepto en que se tiene a alguien o algo". Como ya comenté en cierta ocasión, un articulo de opinión es, por definición subjetivo. Y subjetivo es lo contrario de objetivo. Una opinión personal e intransferible, emitida por el que escribe y firma, ni mejor ni peor que cualquier otra, que de igual modo que respeta visiones diferentes a la suya, desearía recibir el mismo respeto por parte de aquél que piensa justo lo opuesto.
Tras dejar estos tres puntos, entiendo que suficientemente claros, manifestando la pereza de tener que explicar lo que humildemente creo que no hubiera tenido que ser explicado nunca y rogando al Cielo que ninguno de nuestros columnistas tenga que volver a explicarlo, abordemos el asunto.
Desde siempre, el Universo Cofrade se compuso de una multiplicidad de factores diversos que configuran su realidad. Esto no es un fenómeno nuevo sino que desde que existe memoria, la diversidad y la mezcolanza han ido configurando lo que hoy conocemos como Semana Santa. Si no existiese la variedad todo sería muy aburrido desde luego. Y deberíamos aprender a apreciar la belleza de todos esos ingredientes, los blancos y los negros, los brillantes y los íntimos... Es evidente que cuando confluyen aspectos muy distintos, el gusto personal entra en juego y por tanto habrá elementos que nos satisfagan más o menos. Pero con independencia de lo que nos gusta o no, minimizar la riqueza de lo distinto nos reduce a seres sumidos en la prepotencia y el etnocentrismo.
Uno de los componentes del movimiento cofrade que desde ciertos sectores se viene menospreciando, desde un plano de superioridad moral (lo que viene siendo “mirando por encima del hombro al que sabe menos que yo”) es lo que algunos peyorativamente denominan espectáculo. Cuando se habla en ciertos foros de la forma de andar de determinados pasos o la configuración de algunos cortejos, muchas veces se hace utilizando expresiones que a veces destilan una soberbia suprema.
Y suele hacerse desde la defensa de una bandera de pureza que poco tiene que ver con la realidad. ¿Hay pasos que se dedican a buscar el espectáculo?. Por supuesto… desde que el Concilio de Trento sentó las bases de lo que hoy conocemos como Semana Santa, y la Iglesia decidió catequizar al pueblo mayoritariamente analfabeto y que jamás tendría acceso a las Sagradas Escrituras salvo a través de Imágenes que se pusieran en la calle para mostrar y enseñar la Pasión de Cristo, la Semana Santa tiene un componente de espectáculo incuestionable. Un componente imprescindible sin el que jamás se hubiese extendido entre el pueblo como una mancha de aceite y sin el que perdería todo su sentido y todo el interés para el gran público.
Sin perder de vista la elemental esencia religiosa de esta manifestación, ¿es necesariamente negativo que la masa se acerque al fenómeno cofrade? ¿La mayoría de quienes participan, en forma de bulla, lo hace únicamente por el espectáculo y no tiene el menor interés por el significado religioso en que se fundamenta? ¿Y qué? En mi opinión (otra vez la manida palabra), si se logra que un pequeño porcentaje, por ínfimo que este sea, se acerque al mensaje de aquél hombre llamado Jesús de Nazaret, bien empleado está. También es espectáculo el rachear costalero, el roce de las bambalinas de un palio adentrándose en Deanes en el silencio de la madrugada, la salida de Ánimas cuando la negrura de la noche empieza a imponerse sobre la tarde del Lunes Santo, o la Divina zancada del Señor de Sevilla y sin embargo nadie opone el más mínimo reparo.
No seamos fariseos ni juguemos a ser místicos. La música que acompaña al Santísimo Cristo de las Tres Caídas de Triana, la forma de andar de la Cuadrilla de Humildad y Paciencia, El Gitano de Córdoba o del Soberano Poder del Barrio León, logran cada año lo que la Iglesia no consigue desde que el Catolicismo dejó de ser la religión oficial del Estado. Llenar las plazas y llegar al pueblo. Conseguir que la juventud se acerque a Él. Es cierto que puede que sólo una pequeña parte de la masa humana que se congrega a su alrededor logre mirar a Jesús a los ojos y escucharle, pero con uno sólo que lo encuentre gracias al espectáculo que le rodea, ya se habrá logrado mucho más de lo que el misticismo barato ha logrado nunca. Que se acerque a Él en el ejercicio de su libertad.
Renegar del espectáculo de la Semana Santa, demuestra una miopía infinita. Otra cosa será que los cofrades intentemos dar un paso más para no quedarnos en la mera exhibición; superar lo superficial y avanzar en la búsqueda de lo sustancial. Pero jamás renegando del espectáculo porque este, en gran medida, es el nexo de unión entre lo que de verdad somos y ese pueblo cada vez más alejado de la Iglesia, al que queremos y debemos llegar. Atraer hasta Dios a quien no lo necesita, porque ya está cerca de Él, de nada sirve y en ocasiones puede resultar absurdo. La luz que hay que encender es precisamente la de quien vive en su lejanía.
No olvidemos nunca uno de los pilares básicos en que se asienta todo esto, Catequizar. Y para lograrlo primero hay que captar la atención del que se encuentra enfrente. Tiempo habrá de exigir a posteriori a Hermandades y a Jerarquía Eclesiástica (Consiliarios y Palacio) que sepan aprovechar el enorme caudal humano que genera nuestra Semana Santa.