Inmersos en pleno mes de Diciembre, sin duda podríamos decir que éste es el mes festivo por excelencia de nuestro calendario, el último del año y el más celebrado.
Tiempo de Navidad, de familia, de amigos y de compañeros reunidos en torno a una mesa, tiempo de regalos, fiesta y celebración… ¿para todos?
La Navidad es Alegría, en el reencuentro con nuestros seres queridos, en la cara de un niño ante la ilusión del día que llevan esperando todo un año, buscando esa Estrella que brilla más que nunca en esta época; y también es Alegría en el brindis ante un año que termina y que comenzará con nuevos propósitos e ilusiones.
La Navidad también es Soledad, Desamparo y Amargura de las miles de familias sin trabajo, donde una hipoteca amenaza un inminente desahucio o simplemente ya están en la calle; gente pendiente de un hilo que sobrevive gracias a la Caridad.
La Navidad ensalza lo festivo y destapa las miserias de esta sociedad dominada por lo superficial, donde cada vez es más visible que son muchos los que tienen poco o nada y muy pocos los que tienen mucho y cada vez quieren más.
Pero no lo olvidemos, la Navidad es para todos, o al menos debería serlo. Tiempo de celebración ante el nacimiento del Divino Salvador, por eso para mí la Navidad es Esperanza. Esperanza que encuentro en los ojos de una madre, de un vagabundo o de un niño; la Esperanza se alimenta de nuestra Fe, aquella que profesamos y de la que a veces nos olvidamos, pero que siempre recordamos y clamamos ante los malos momentos.
La Esperanza está en el rezo fervoroso ante María Santísima, bajo cualquiera de las advocaciones ya nombradas y ante todas las que queramos darle, eso es Esperanza, eso es nuestra Fe. Por eso siempre ruego ante María Santísima “que no se pierda nunca la Esperanza, que no se pierda nunca nuestra Fe”.
Paco Afán
Recordatorio Entre lo Divino y lo humano