Son muchos los autores, especialmente españoles, que afirman que Osio era natural de Córdoba. No se sabe la fecha precisa de su nacimiento, si bien, calculando los hechos de su vida, se puede deducir que nació en Córdoba hacia el 256 y que murió en Sirmio sobre el 357, alcanzando la respetable edad de más de cien años.
Pronto debió de dar pruebas de su santidad, prudencia, cultura y celo por la gloria de Dios, por cuanto en torno al 295 lo encontramos como obispo de Córdoba, antigua sede metropolitana de la Bética. Sobre su ordenación episcopal también existen serias dudas. Según el catálogo episcopal de Córdoba parece que fue aclamado por el clero y por el pueblo, gracias a su vida marcada por la fama de santidad .
Son bastante los autores que le otorgan una gran importancia a Osio y a su pensamiento dentro de la vida de la Iglesia en la antigüedad; a él se le atribuyen dos obras perdidas: “De laude virginitatis”, y el “Tratado sobre las vestiduras sacerdotales”.
Poco después Osio se distinguía en el Concilio de Elvira, cuyas actas firma en el undécimo lugar. En este Concilio parece que adquirió Osio su gran fama de teólogo. Es plausible la opinión de aquellos que dicen que Osio debió distinguirse en este concilio bético por su capacidad teológica.
La subida al trono de Diocleciano gira en torno a la fecha de ordenación de nuestro obispo, y pocos años después llevó a cabo una persecución contra los cristianos. Éste fue uno de los primeros problemas con los que se encontró el nuevo Obispo Cordobés:
Y así Osio gobernó pacíficamente su obispado con gran fruto, hasta el año de trescientos y tres, en que por la Pascua, que fue a diez y ocho de Abril, se publicó la más cruel y sangrienta persecución que inundó las Provincias de sangre de Mártires.
Esto es lo que nos indica el episcopologio, pero parece ser que la sangre no llegaría hasta el 304. Esta terrible persecución duró hasta Mayo del año 305, cuando Diocleciano renunció a su cargo. Uno de los confesores de Cristo en esta persecución fue el obispo Osio, que, si bien se libró del martirio cruento, salvó su vida por permisión de Dios y en beneficio de su Iglesia. Parece ser que el ilustre obispo padeció grandes tormentos por Cristo, conservando en su vida cicatrices y señales de aquella agresión, que le valió el prestigioso apelativo de confesor de la fe. Se sabe que fueron muy perseguidos los pastores de la Iglesia, y esto
hará del obispo cordobés un testigo valiente de la fe, lo que le acarreará torturas y destierro. El mismo describirá más tarde a Constancio: he confesado la fe.
Terminada la persecución y a raíz de la promulgación del Edicto de Paz (Edicto de Milán 313) y especialmente desde 313 a 326, hallamos a Osio, en íntima relación y comunicación con el emperador Constantino, al parecer desempeñando una posible función de consejero . La ascensión de Constantino al poder imperial marca la inauguración de una nueva época no sólo para la historia de la Iglesia, sino también para la historia universal.
El concilio de Arlés, la cuestión no sólo alejandrina del arrianismo naciente, la celebración del primer concilio ecuménico de la Iglesia y sus controversias posconciliares marcarán el futuro de la política imperial y de la marcha de la Iglesia. En todas estas ocasiones la figura del Obispo Osio de Córdoba aparece de una manera explícita. De ahí la necesidad de sacar a la luz la importancia y trascendencia de esta insigne figura del episcopado hispano y del siglo que marcó su vida y ministerio.
Antonio Javier Reyes Guerreo