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lunes, 4 de noviembre de 2013

El viejo costal: Remanso de Paz

Lejanía de los mayores, proximidad de la juventud

Quedan lejanos aquellos días, sobre finales de los 60, cerca de la Puerta de los Carros, casi en la misma calle Ptolomeo, al final de la Acera de Guerrita, existía un bar-tienda, “El Panza” cuyo local estaba dividido en dos mitades, una como tienda y otra como bar, local de peculiar aroma a especias, a fruta, a algo de vino y mucho de anís, donde por la cercanía al viaducto que sobrevolaba el paso de las vías del tren, y al desembarcadero de paquetería de la antigua estación de Córdoba, era lugar de reunión de los trabajadores de la estiba de estos muelles.

Bien, en aquellos años, se producía en aquel lugar un acto singular y repetitivo, en determinadas fechas se convocaba a un numero considerable de trabajadores, y desde una de las mesas del fondo, entrando a la derecha, un señor los llamaba uno tras de otro, y consultando algunas hojas le liquidaba una cantidad de dinero considerable, para aquel tiempo.

- “Menganito, son tres días, ¿no?, hay tienes 300 pesetas, y fírmame” y el señor salía de allí la mar de contento con su dinero, no sin antes invitar y beber algo con los que esperaban impacientemente su turno.


Finalizado el pago, el pagador se levantaba y dejaba el sitio a otro pagador que casi de la misma forma repartía los fondos exhibidos en la mesa, hasta finalizar sus montones.

Estos dos señores eran, (q.e.p.d, los dos), D. Rafael Muñoz Serrano y D. José Gálvez Galocha, el primero decano de los capataces de Córdoba hasta el día de su reciente fallecimiento, el segundo, Hermano Mayor de nuestra Hermandad, desde 1971 hasta 1982, ambos Hermanos de Honor.

Sería interminable y se podrían escribir varios libros con la historia de ellos y de su total entrega para con nuestra Hermandad, no podemos en unos días anotar el respeto y cariño que hacia ellos sentimos.

Eran los capataces de las cuadrillas de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, y de María Santísima de la Paz y Esperanza, que procedían a pagar los servicios de los costaleros profesionales de nuestra hermandad.

Han pasado los años y mucho han cambiado las cosas, yo que como niño admiraba a aquellos hombres desde mi poca altura, apenas llegaba al filo de la mesa, admiraba a aquellos señores, a todos, los pagados y los que pagaban.

Ahora tras pasar algo de tiempo, ahora, que tengo la misma edad que tenían ellos en aquellas fechas, resulta que ha desaparecido la Puerta de los Carros, el Bar del Panza, los muelles, el viaducto, la calle Ptolomeo y los costaleros profesionales, y lo más lamentable mis hermanos, que tantas cosas me enseñaron.

Han pasado sólo cuarenta años desde esta estampa antigua, ¡Qué lejos quedan las salidas desde la Merced!, la llegada de los hermanos costaleros, evitando y ahorrando esas cantidades pagadas, cuántas experiencias acumuladas a lo largo de décadas, cuántos hermanos han pasado por nuestra vida, la más de las veces aportando su vivencias, y su saber, y a modo de estas estampas antiguas, ya no están.

Cómo han sabido trasmitirnos su experiencia a los que con atención los escuchamos... hoy en día es distinto, todo el mundo sabe de todo, (será por Internet). Todos tenemos mucha experiencia y en todo opinamos, muchas veces sentenciamos desde nuestra cátedra, pero casi nunca acertamos.

Hemos olvidado a los que han pasado durante años, entregados sin interés alguno, acumulando su experiencia a la de los hermanos que le precedieron, sin preocuparse de cargos ni de honores, sólo atender las necesidades de sus hermanos, por lo que son piezas fundamentales de la vida cofrade, y de la historia de nuestra hermandad.

Por todo esto lo más lamentable es no escuchar a los mayores, no aceptar su experiencia como nuestra, no aprender de sus errores, no evitar los mismos y a fin de cuentas permanecer en un estado de ignorancia absoluta simplemente por nuestra falta de atención.

Dejarnos llevar por la “sabiduría” de alguien muy joven que lo ha visto en una web, que ha leído en una red social y que lo sabe ya todo de todo, (yo cuando era joven, también lo sabía todo), ahora cada día me levanto con más ignorancia, por el paso del tiempo …

Desde estas torpes líneas señalo a mis hermanos, que aprovechen cada minuto junto a sus mayores, que sepan del placer de hablar tranquilamente, en cualquier lugar, manteniendo una buena conversación, bebiendo de su fuente, ya que al final llevarán consigo la herencia de un tesoro de experiencia y un remanso de Paz. 

Paz y bien.


Antonio Alcántara Zafra






Recordatorio El viejo costal








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