Quisiera hablarles hoy de uno de los
recuerdos cofrades más hermosos que guardo en mi memoria. El marco, uno de los
de mayor sabor popular y de mayor belleza de Córdoba: el barrio de Santa
Marina. Me dice siempre mi amigo Rafael, que pasó su infancia y juventud en la
calle Espejo, que las gentes de Santa Marina tienen algo diferente del resto. Y
pienso que algo de razón debe tener.
No son pocas las Hermandades que tienen o
han tenido relación con el barrio que preside el templo fernandino al que el
maestro Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”, dirige desde hace décadas su
mirada (desde luego no tiene mala perspectiva la estatua que mantiene viva la
memoria del diestro cordobés, al que muchos consideran el mayor genio del mundo
del toreo). En Santa Marina se fundó la Hermandad de la Esperanza. En Santa
Marina veo la espalda magullada de Jesús Coronado de Espinas encaminarse hacia
el Convento del Colodro para adorar al Santísimo. Por Santa Marina, cada Jueves
Santo, Jesús Caído pasea su pena buscando con su mirada a todo aquel que quiere
abrirle su corazón cuando, agotado por el peso de la cruz, busca levantarse
para alcanzar la Cuesta de San Cayetano. Incluso, no ha muchos años, pude ver a
Ntra. Sra. de las Angustias Coronada encaminar sus pasos por la calle Moriscos
portando el cuerpo inerte de su Hijo a San Agustín. Y, por supuesto, en Santa
Marina la Semana Santa cordobesa tiene su siempre brillante final cuando Ntro.
Señor Resucitado toma triunfal su templo. Son tan solo algunos ejemplos… No
obstante, la Cofradía protagonista de mi recuerdo hace ya mucho que abandonó la
feligresía de Santa Marina en su Estación de Penitencia. Exactamente 23 años.
En 1990 la Franciscana Hermandad del Santísimo Sacramento y Cofradía de
Nazarenos de la Santa Cruz en el Monte Calvario y María Santísima de la Soledad
inició por última vez su salida procesional desde el Convento de Santa Isabel
de los Ángeles (ese al que ustedes van o bien ven ir a rezar a San Pancracio
cada miércoles del año a sus padres/abuelos/vecinos… ¡ese mismo! Pues no se
llama San Pancracio, ya ven qué cosas).
¿Y qué hacía la Soledad de Santiago en Santa
Isabel?, se preguntará usted si es muy joven. He aquí la explicación. La
Hermandad de la Soledad se fundó en 1975 en la parroquia de San Miguel, pero
pronto se trasladó a Santiago (entre las dimensiones de las puertas del
céntrico templo y el desenfrenado “amor” de algunos de sus sacerdotes por las
Hermandades allí no hay quién pare… si es cofrade, claro). Pero en 1979 la
parroquia de Santiago sufre un incendio, lo que obliga a la Hermandad a
trasladarse a San Pedro. Allí va a tener su sede y desde allí va a realizar su
salida procesional entre 1980 y 1985, año en que también San Pedro se cierra al
culto. Este hecho obliga a la Hermandad a buscar una nueva sede, el convento de
Santa Cruz, y un nuevo lugar desde el que iniciar su Estación de Penitencia, el
local anexo al Convento de Santa Isabel (cedido por la Hermandad de la
Esperanza). Tal concatenación de acontecimientos provocó que Santa Marina
tuviera de 1986 a 1990 su primera Hermandad “de negro” –aunque el hábito de sus
nazarenos fuera y siga siendo franciscano-. Ver a la Soledad en su antiguo paso
en caoba (el que utilizó posteriormente el Cristo de la Agonía), con sus cuatro
característicos faroles, atravesar la Plaza Ruíz de Alda y recortarse en el
Callejón del Conde de Priego era una auténtica delicia para los sentidos. Era
allí donde mejor se podía escuchar el silencio: aquello que tan solo se escucha
cuando no se oye nada… El cortejo de nazarenos enmarcados con sus cirios al
cuadril en una calle estrecha, el humo del incienso, María ante la Cruz
desnuda, el delicado andar del paso haciendo moverse sutilmente las sábanas
prendidas del patibulum… ¡No cabía más belleza! Es esta una de las estampas de
nuestra Semana Santa más impresionantes que he tenido la oportunidad de vivir…
hoy tristemente perdida. No obstante, cada vez que tengo oportunidad, y paso
por las inmediaciones de tu templo de Santiago, a donde volviste en 1991, paso
a visitarte, Soledad, y vuelvo a recordar con inmenso cariño aquellos Viernes
Santos de estancia en Santa Marina. Aún hoy, cuando vuelvo a presenciarte al
pie de la Cruz, sola, mostrando entre tus manos la Corona de Espinas del Redentor
siento que la Semana Santa me vuelve a gustar.
Esta es mi estampa perdida: la imagen de la
Soledad franciscana en Santa Marina. Ahora, cuando hace casi un cuarto de siglo
que partiste, cada Viernes Santo vuelvo a asomarme a Santa Isabel y veo con
inmensa pena que no estás. Y cada Semana Santa que se cierra vuelvo a tener la
impresión de no haberla vivido plenamente, sintiendo que he perdido una imagen tan
preciosa como fundamental.
¡Te echo tanto en falta, Soledad!
Marcos Fernán Caballero
Recordatorio Candelabro de Cola