Si es usted asiduo a leer mis artículos, habrá notado que suelo ser muy
crítico con los (que dicen ser) cofrades. Una de las razones es que mi
personalidad me lleva a decir a las claras todo aquello que no me gusta,
especialmente si de alguna manera me afecta a mí. Y la razón de mayor peso es
porque a raíz de todo aquello que vengo denunciando, ser cofrade, tanto dentro
como fuera de la Iglesia, está mal visto. Y en muchas ocasiones no les falta
razón.
Dentro de la Iglesia estamos concebidos como un grupo poco católico, más
bien movido por la idolatría a las imágenes y que se preocupa más por lo
folclórico que por lo que es verdaderamente importante: Dios. Sólo hay una cosa
que puedo matizar, lo haré al final de este artículo. Por lo demás, me temo que
en muchas ocasiones esa crítica está justificada. Fuera de la Iglesia somos
esos que durante una semana al año cortamos calles, armamos ruido (no en el
sentido en el que lo dijo el Papa Francisco). Los que, injustificadamente,
aglutinamos cuantos más dorados y bordados mejor. O los tontos que van detrás
de una imagen, jugando a los pasitos. Es decir, los capillitas. Qué poco me
gusta esa palabra, por cierto. En estas críticas habría más que desmontar, pero
será en otra ocasión.
Lo primero que hay que decir, matizando como comentaba anteriormente, es
que las generalizaciones son tan atrevidas como peligrosas. Cuando digo que ser
cofrade no está bien visto, es porque la gente nos mete a todos los cofrades en
el mismo saco, cuando uno de los pilares, a mi parecer, para ser cofrade es ser
cristiano. Y el que no sea cristiano NO es cofrade. Fijaos si ya estamos
eliminando “kofrades” de la lista. Así que cuando se dice aquello de que los
cofrades se preocupan más por lo folclórico que por lo religioso, mi traducción
es que los que dicen ser cofrades pero no tienen ni idea de lo que implica y
significa serlo, se preocupan más por lo folclórico que por lo religioso. Este
ejemplo es prácticamente extrapolable a todas esas críticas que vienen desde
fuera hacia el mundo de las Cofradías.
Desgraciadamente, de puertas para afuera, parecemos un grupo muy
heterogéneo en cuanto a la esencia: parece que hay muchos tipos de cofrade.
Cuando no es así. Ya escribí hace tiempo un artículo señalando algunas características de lo que para mí significa ser cofrade. Aunque exista una
diversidad que yo señalo no como positiva, sino como extraordinariamente
positiva (en la manera de interpretar y mostrar la Pasión de Cristo: unos con
música, otros en silencio…), en esencia, todos los cofrades compartimos
actitudes, sentimientos, estilo de vida… Y si esta varía, peligro. Lo digo sin
tapujos. Si esa esencia no aparece en alguien que dice ser cofrade, es que
realmente no lo es.
Por ello quiero dar un pequeño golpe sobre la mesa. Estoy cansado de que
los cofrades estemos bajo continua sospecha sin ni siquiera preocuparse por
diferenciar al que es cofrade del que dice serlo. Porque los que sí lo somos, y
perdónenme que me incluya, solemos dar ejemplo en cuanto a la esencia que
comentaba anteriormente. Por eso suelo señalar lo que no me gusta de este
mundillo. Que cada palo aguante su vela, pero no podemos seguir cayendo todos
en esa generalización injusta. Ser cofrade es un estilo de vida ejemplar, que quede
bien claro.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza