La saeta de Manuel Cuevas a la Macarena volvió a poner en primer plano un género cuyo origen, antes de aflamencarse, resulta difuso.
Qué tienes tú Macarena/ qué tienes en la mirada/ que todo el que mira tu cara/ tiene que romper a llorar?" Con este remate por martinete acababa Manuel Cuevas la saeta que se convirtió en el momento culmen de la Semana Santa del año pasado. El instante que partió la Madrugada en dos. La jornada había transcurrido hasta entonces por la senda del recogimiento, de la sobriedad, del clasicismo. Con el cante del ursaonés la noche se metió en hondura, entró en una nueva dimensión.
Hacía bastante tiempo que la saeta no acaparaba el minuto de oro de esta fiesta religiosa, quizá porque no se habían dado todos los condicionantes que coincidieron en ese momento: la Macarena parada en plena Campana, antes de enfilar Sierpes, en las horas que se conocen como el prime time de la Semana Santa, cuatro minutos y medio que fueron retransmitidos por radios y televisiones no sólo de ámbito local, sino hasta nacional, lo cual le confirió una inmensa repercusión. Se mentiría si se dijera que en los últimos años no se han escuchado buenas saetas. El propio Cuevas es un clásico en la cofradía de la Paz o cuando la del Cristo de Burgos entra, a oscuras, en la plaza que lleva su nombre. Quizá pocas hayan sido tan buenas como la referida, pero también es cierto que las nuevas generaciones de cofrades no han otorgado demasiada importancia a este cante flamenco, sucumbido ante el -a veces- ensordecedor eco de las bandas, lo que lo ha relegado a un segundo y hasta tercer plano. Quizá porque muchos de estos cofrades desconozcan que este género ha sido interpretado por grandes voces como Manuel Centeno, Manuel Torre, La Niña de la Alfalfa, La Niña de los Peines, Manuel Vallejo y hasta la mismísima Rocío Jurado, entre otros.
La saeta como la conocemos actualmente surge a finales del siglo XIX, justo cuando el flamenco empieza dejar de ser considerado como un cante asociado a los ambientes marginales y empiezan a escucharse a los primeros cantaores profesionales. Su evolución también va pareja a la de las grabaciones discográficas. Sobre la raíz de este cante predominan hoy más las incógnitas que las certezas. El propio origen del nombre saeta es en sí difuso. Entre las definiciones de la Real Academia Española (RAE) se encuentra la de: "Copla breve y desgarradora que se canta principalmente en Andalucía ante los pasos de Semana Santa". Ésta es la que más se ajusta a la manera en que conocemos este género hoy día. Pero no fue siempre así.
Diversos estudios sitúan el origen de la saeta en el siglo XVII, a la que las órdenes franciscanas y capuchinas dieron difusión. Fray Isidoro de Sevilla, ya en 1741, hace referencia a este cante al describir una procesión de penitencia en la que los disciplinantes "echaban saetas penetrantes". Hay expertos que relacionan, incluso, esta melodía con los cantos primitivos cristianos, que bebían a su vez de los salmos judíos. Tampoco falta quien la ha relacionado con la llamada a la oración de los almuédanos desde el alminar de las mezquitas árabes. Lo cierto es que estos romanceros tenían por parte de las órdenes referidas un fin pedagógico, ya que con ellos daban a conocer al pueblo -que por entonces apenas sabía leer- distintas escenas del martirio de Cristo. También buscaban el arrepentimiento en los días santos.
Ricardo Rodríguez Cosano, un sevillano nacido en Casariche y que ha desarrollado buena parte de su vida en Lebrija, localidad en la que ha llevado a cabo una gran labor de investigación sobre este género, asegura en su libro Evolución del cante por saetas que "es indudable que las saetas actuales arrancan de unos cuerpos melódicos, elaborados en su tiempo, cuyas raíces musicales podemos encontrarlas junto a los llamados pregones religiosos, tonás litúrgicas, y por supuesto, a las saetas primitivas". Estos pregones -también denominados sermones- se mantienen hoy día en muchas localidades y merecen un capítulo aparte en esta sección.
Respecto a las saetas primitivas, Rodríguez Cosano mantiene que son el eslabón necesario para llegar a las composiciones actuales, la base sobre la que se obró la transformación a finales del XIX. Antes de que esto ocurriese el pueblo ya se había apropiado de los cantos pasionistas fomentados por las órdenes religiosas, un proceso que culmina con un género aflamencado -interpretado por gente anónima- que prepara el terreno para que luego sea interpretado por los grandes cantaores. Esto sería ya a finales de la centuria decimonónica. El pórtico para la Edad del Oro de la saeta.