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sábado, 15 de marzo de 2014

La Iglesia de San Agustín

La presencia de la comunidad agustina en la capital cordobesa atravesó diferentes estadios de adaptación. Sus orígenes se remontan a tiempos de Fernando III cuando la congregación, una vez reconquistada la ciudad, llegaba por primera vez al actual Campo de la Verdad, conocido entonces como Campo de San Julián. Más adelante, y debido a las diferentes incursiones que venía sufriendo, pidió lugar en la ciudad amurallada. Así fue como Fernando IV le proporcionó agua en 1308 hasta que en 1313 solicitó bula a Clemente V para poder instalarse en el lugar ocupado ahora por el Alcázar de los Reyes Cristianos. Finalmente, los agustinos fueron trasladados en 1328 a unos terrenos en la zona suroriental de la antigua collación de Santa Marina, ámbito donde hoy se encuentra el edificio.

Por aquel entonces, el convento supuso un gran impulso urbanizador en una collación escasamente poblada tras la reconquista. Los agustinos, además, poseían un buen número de propiedades entre las que se hallaban diversas casas por las que obtenían beneficio mediante su venta o arrendamiento, según la conveniencia económica de la comunidad. Sus dominios comprendían una extensa superficie en la zona que alcanzaba las calles Dormitorio de San Agustín (la actual calle Obispo López Criado), Huerto de San Agustín y La Piedra Escrita (hoy calle Moriscos).



A partir de este momento, comenzaron las construcciones más antiguas de la Iglesia que datan de 1328. El que fuera alcalde mayor de la Córdoba, Fernando Díaz, Señor de Santa Eufemia, y su esposa María García, fundaron la capilla mayor, otorgándola en 1335 como lugar de enterramiento propio. Tras esto, la Iglesia siguió transformándose a lo largo del siglo XVI mediante la construcción de numerosas capillas. Pero fue realmente en el siglo XVII cuando el templo sufrió la reforma más importante. Entre las actuaciones más destacadas descuella la reestructuración de la capilla mayor, los brazos del crucero, así como toda la construcción de la nave central y coro, el claustro, sacristía, oficinas y dependencias varias.

Por desgracia, a esta etapa de esplendor le siguió una de total decadencia. El siglo XIX fue bastante duro para San Agustín, ya que resultó pasto de las llamas y sufrió su exclaustramiento durante la desamortización de Mendizábal, algo que conllevó el lógico deterioro del edificio tras permanecer cerrado durante algún tiempo. Es a comienzos del siglo XX cuando el obispo Pozuelo cedió el templo a los dominicos bajo cuya jurisdicción permanece hasta nuestros días. Sólo entonces debió alterarse la composición de la portada con una remodelación historicista, con la incursión en el interior del vano neogótico. En los años ochenta se plantea el rescate de las pinturas y la reconstrucción del edificio.



Evolución artística del edificio

Considerada como Bien de Interés Cultural desde su declaración como Monumento Histórico Artístico el 19 de enero de 1983, la Iglesia conventual de San Agustín se encuentra ubicada en la plaza a la que le da nombre, un amplio espacio bastante regular y cuya urbanización data de 1854.

Desde el punto de vista morfológico, el templo presenta planta rectangular que se divide en tres naves, cada una con seis tramos separados por pilares. Asimismo, el templo posee un crucero alineado y cabecera triple ochavada. De toda la estructura sólo se conserva de época medieval la cabecera y el crucero. Posiblemente, la planta primigenia estuvo compuesta por una cabecera con triple ábside poligonal. Los restos conservados impiden vislumbrar y valorar del todo el desarrollo de las naves, aunque sin duda fue similar en cuanto a características y peculiaridades a las de otras iglesias de la ciudad, esto es, tres naves, siendo la central más ancha y alta que las laterales.

La cabecera se encuentra compuesta por un ábside central y dos laterales, cuya cubierta es de bóveda de crucería gótica con espinazo central. De gran importancia resulta la presencia de espinazo en las bóvedas de las tres capillas absidiales, ya que demuestra la influencia burgalesa y corrobora su cerramiento en el siglo XIV. Es importante destacar el perfil más delgado y apuntado de los nervios y de los formaletes, algo que desemboca en unos plementos mucho más cóncavos, detalle muy apreciable en la capilla mayor de cubrición, muy posterior a las laterales, y cuyas claves originales conserva, mientras que los vanos, de lógica necesidad lumínica, corresponden al tipo Chartres.

En cuanto a las bóvedas de las capillas del evangelio y de la epístola, seis son los plementos que alberga, y en el tramo que precede, al igual que en los brazos del crucero, sólo habitan cuatro. Especial singularidad alcanza la capilla de la epístola, la cual presenta un conjunto de rosetones de interesante tracería que aportan mayor originalidad al conjunto. Asimismo, el crucero exhibe bóveda de crucería en los laterales, y en el centro, casi con toda seguridad, existió una bóveda de crucería estrellada. Por otro lado, en lo que a elementos sustentantes se refiere, los pilares empleados en la cabecera y el crucero son acodillados, es decir, cada ángulo o codillo del mismo lleva adosado un baquetón o columna, a lo que habría que añadir la particularidad de ostentar columnas en los ángulos del polígono. Otro de los elementos a tener en cuenta son los capiteles que, precisamente en este tramo, se encuentran tallados con gran rusticidad y se ornamentan mediante motivos vegetales, con predominio de hojas y aves. Asimismo, un ejemplo de las iglesias locales del siglo XIII es la manera de disponer los arcos, que siguen el tipo apuntado, doblado y achaflanado.


La portada principal, a los pies del templo correspondería ya al siglo XV. Es precisamente a finales de esta centuria del cuatrocientos cuando las actuaciones en la Iglesia de San Agustín comienzan a desarrollarse con normalidad, aspecto que se detecta en las diferentes obras destinadas al adecentamiento del edificio. De este modo, en 1488 fray Antón de Córdoba contrata con Luis Fernández y Pedro Romana la pintura del retablo tallado por Guillermo Alemán, y años más tarde, en 1491, concierta con Juan de Burgos pintar las ventanas y cortinas de ambos lados del altar mayor y las vidrieras del templo.

A finales del siglo XVI la Iglesia sufre una gran transformación. Se modifica el frente del coro con trazas marcadamente manieristas, de la que descuella una composición de tipo serliano, con hueco circular en el centro y rectángulos en los laterales, detalle muy utilizado por Hernán Ruiz III. Durante estos mismos años debió construirse la torre con dos cuerpos de campana, de planta rectangular el primero y cuadrada el superior, con doce vanos enmarcados por pilastras toscanas y rematados por pinjantes. El hecho de que éstas peculiaridades sean relacionables con la serliana del coro, hace deducir la vinculación de estas obras al legado que en 1589 hicieron los marqueses de la Guardia.

Pero fue en el primer tercio del seiscientos, entre 1617 y 1630, cuando la iglesia medieval sufre una profunda remodelación para adaptarla a la estética del momento, siendo prior de la orden fray Pedro de Córdoba. Aunque es completamente desconocido el arquitecto o arquitectos artífices de las obra, sin duda, es probable que perteneciera o pertenecieran al círculo de la Catedral o al menos, tuvo en cuenta el planteamiento arquitectónico de la Iglesia Mayor cuando fue proyectada la reforma del templo agustino. En este sentido, los elementos estructurales de la cabecera y de los brazos del crucero se mantuvieron, aunque modificados con pinturas murales que representan ángeles portando instrumentos musicales. Mientras, en el crucero se mantuvo la cubierta de crucería gótica en los laterales, decorándola con pinturas representativas de figuras de santos y santas de la orden de San Agustín. El espacio central se cubrió con bóveda ovoide dividida en gajos cuyo descanso lo ejerce sobre pechinas ornamentadas con las representaciones de los Padres de la Iglesia.


El cuerpo del conjunto del templo cambió radicalmente de aspecto, desapareciendo todo vestigio medieval. Las tres naves divididas en seis tramos se mantuvieron, pero los pilares se convirtieron en los actuales rectangulares con rica decoración y pinturas murales, entre las que destacan las que representan a los profetas, del círculo artístico de Cristóbal y Antonio Vela. La cubierta de la nave central fue cambiada por una bóveda de cañón con lunetos compartimentada por recuadros y decorada con pinturas murales atribuidas a Juan Luis Zambrano. Las figuraciones de la bóveda recrean a los apóstoles junto a frases relacionadas con el credo, mientras que los lunetos acogen diferentes parejas de santas de medio cuerpo perfectamente reconocibles por sus nombres. Con respecto a los espacios laterales, presentan cubiertas de techumbre plana muy decoradas, con yeserías y pinturas murales que representan escenas de la vida de Santo Tomás de Villanueva, esto con respecto a las que se ubican en la nave izquierda, en tanto que las correspondientes a la nave derecha, se encuentran prácticamente perdidas.


En cuanto al coro y el sotocoro destacan por la profusión de ornamento. El primero se ubicada a los pies de la iglesia y en alto, ocupando tres de los últimos tramos y se encuentra apoyado sobre ricas ménsulas que se prolongan a lo largo de la nave central y parte de los brazos del crucero con una rica balconada. Por otro lado, el sotocoro destaca por sus yeserías y pinturas, entre las que sobresale una Inmaculada fechada en el primer tercio del siglo XVII, atribuida a Cristóbal Vela.

Como conclusión a toda ésta transformación, la fachada principal se compone de tres portadas y es desarrollada en forma de hastial desmochado. Por encima de estos tres accesos se ubican tres vanos coronados por óculos que recuerdan el lenguaje formal de los Hernán Ruiz. Coincidiendo con la nave central, presenta un vano adintelado que cobija un arco carpanel sobre el que se ha trazado otro trilobulado rodeado por un tercero de medio punto. Todo ello se encuentra enmarcado por columnas corintias sobre las que apoya un entablamento coronado por frontón partido. El titular del templo, San Agustín, preside la hornacina que se descubre justo en el centro de éste y es rematado por un frontón curvo a su vez flanqueado por escudos. La fachada se completa por dos puertas que comunican con las naves laterales, las dos adinteladas y rematadas por frontón partido con pinjantes y cartela en el centro con escudo. Por último, la torre de dos cuerpos, cierra el conjunto, albergando doce vanos enmarcados por pilastras toscanas rematadas en pinjantes.

Bienes muebles

Muchos fueron los altares que albergaba este templo cordobés, algunos de ellos dedicados a advocaciones de gran arraigo devocional, como el de la Virgen de las Angustias, el de Jesús Nazareno, San José, Santo Tomás, San Isidro o San Nicolás de Tolentino conservándose sólo el de Santo Tomás de Villanueva, datado en el siglo XVII, que se encuentra en el crucero y destaca por su gran calidad artística.

El deterioro del templo comienza a hacerse patente a partir del siglo XIX, con la invasión napoleónica, momento en el que fue incendiado el edificio y posteriormente restaurado en 1815, intervención de la que se desconoce el alcance que pudo llegar a tener. A esta etapa se atribuye la desaparición de muchos de los retablos laterales y las pinturas del techo de la nave lateral derecha. Fue entonces cuando se decidió realizar el retablo ubicado en el presbiterio, obra en yeso pintado con imitación a mármol, en el que se hace patente la influencia decimonónica.






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