En estos días señaladitos de los cuatro puntales finos que sostienen a Triana, Sevilla mira al río. El río de la cucaña. Como lo de Joselito sobre la plaza de toros del Puerto: el que no haya visto a los chavales pegar el resbalón por el ensebado palo de la cucaña al atardecer y no haya comido a la noche las avellanas verdes, no sabe lo que es Triana. Avellanas verdes. Como en el piropo de Lope de Vega al Guadalquivir, es un palimpsesto escrito en el palo de la cucaña: "Ay, río de Sevilla/qué bien pareces/cuando vende Triana/avellanas verdes".
Triana se mira en el río. Y escribe en los ojos del puente, con barro de los alfares, a lo profano, lo que a lo divino en plata dice el baldaquino de la Virgen de los Reyes: "Por mí Sevilla es Sevilla". Frente a la tierra cortijera, el agua del río de los vapores y del muelle. Frente a una nobleza terrateniente de casas blasonadas, el triunfo de la burguesía comercial e industrial. A Triana, que es tan Cádiz, le pasa como la Cuna de la Libertad: no tiene casas blasonadas. Triana hizo la revolución industrial que le faltó a Sevilla. Fue como el polígono industrial de la ciudad agraria.
Y como Sevilla misma en el poema andaluz de Manuel Machado "...y las cofradías de Triana". A lo mejor se ha dicho ya muchas veces lo que he pensado mientras tiraba los huesos de pollo por el balcón, para que se vea que no farta de ná. Pero siguiendo las divinas enseñanzas de los cantes del Zurraque nos atrevemos a decir que las cofradías de Triana son como las de Sevilla reflejadas y duplicadas en el espejo del río. O viceversa. ¿No se han fijado que Triana repite a su aire, a su aire marinero, las mismas advocaciones de las cofradías de Sevilla? Como aún por el puente Triana no había pasado la Reina y La O no había cruzado todavía el puente de barcas, es como si el Arrabal quisiera sacar por sus calles los mismos misterios que en la otra orilla. Verán qué pamplina más gorda voy a decir...
Sevilla tiene su Nazareno. El de los primitivos nazarenos de Sevilla. El que impone su divino Silencio en la Madrugada. Cuando ya ha amanecido, y los vencejos del Museo le han quitado las espinas y se han llevado la bicha de la corona del Señor, Triana, a la tarde, saca a su Nazareno. Y es tan del barrio el Nazareno Según Triana que la gente hasta lo conoce por su mote. Es El Jorobadito de Triana. Suena a cantaor. Porque el Nazareno le da a Triana el cante de la Redención y la calle Castilla se queda con el cante.
Y si por la Costanilla de Sevilla hay un Señor en sus Tres Caídas ese mismo Viernes por la tarde, por el puente vinieron ya de Madrugada las Tres Caídas del Señor de Triana, El que torea con caballos en el ruedo de la Pasión. Y por ese mismo puente, como certificando la muerte de Cristo según Triana, siempre Viernes por la tarde, qué tarde más trianera, se produce la Expiración. La misma Expiración del Museo se contempla ahora en el museo de la belleza del atardecer sobre el puente. Y también los trianeros le pusieron un mote del barrio al Cristo Expirante: Cachorro mío...
Y si los señores de San Vicente, Don Vicente, Vicente y Vicentillo sacan sus Señor de las Penas con música de Pantión, Triana echa el izquierdo por delante para trianear con su propio Señor de las Penas, El que "hasta sentao/anda sobrao de compás". En Triana, habrán ido viendo, no hay cofradías de negro. No hay más negro que el humo de las chimeneas de los vapores del muelle. Triana es de color. Triana sí que tiene un color especial, Romero Sanjuán: carmesí de La O, azul Estrella. Y el verde de la Esperanza. Un verde distinto al macareno, siendo el de la misma Esperanza en la misma Madre de Dios. Un verde más intenso. Verde de las juncias verdes del verso de Lope de Vega sobre este río que le presta su color a los nazarenos de la Esperanza. La Virgen de la Esperanza se miró en el río de Sevilla y estaba tan guapa que necesitó dos espejos: uno junto al Arco de la Macarena, otro en la capilla de los Marineros que pusieron el río para que la dual Sevilla tuviera dos Nazarenos, dos Penas, dos Tres Caídas, dos Expiraciones, dos Esperanzas.