Cuando pensamos en la Virgen María, siempre tenemos la imagen de la Madre de Dios. Conocemos su vida gracias a los escritos, desde poco antes de la Anunciación hasta la muerte y resurrección del Señor. Pero ¿que ocurrió después de la vida pública de Jesús?
Pocos son los datos esclarecedores que tenemos hoy en día sobre María en la etapa posterior a la muerte de su Hijo. Y lo mismo ocurre con sus últimos años de vida terrenal. Por desgracia las Escrituras solo nos hacen llegar difusiones distantes e imprecisas.
Sabemos que asumió el papel de madre de la familia que conformaba junto a los Apóstoles y discípulos, los cuales recurrían a Ella continuamente en momentos de dolor, duda y persecución. Ella era el pilar fundamental para sostenerlos a todos juntos, y gracias a sus consejos, los primeros cristianos aliviaban la pesadumbre del destierro.
Así pues, la figura humana de María queda demostrada una vez más, fue una mujer digna de ser referente para cualquier ámbito de la vida.
Después de este tiempo de amparo, la vida terrenal de María llegó a su fin, como persona física que era. Según parece no murió de enfermedad, ni de vejez avanzada. Según lo que leemos murió de amor hacia su Hijo.
Pero, es necesario recordar en estas fechas, que el Dogma de la Asunción no definió que la Virgen María muriera, sino que quedara en un plácido sueño, en tránsito gracias a la acción que su Hijo hizo para que su cuerpo y alma quedaran glorificados y unidos en el ascenso a los cielos.
Así pues, recién celebrado el día de la Asunción de la Virgen, no se nos debe olvidar el sentido de esta festividad, así como la figura terrenal e histórica de Ntra. Madre, que fue una mujer llena de virtudes que colmaba a los demás de paz con sus consejos, pero que como bien reza el dogma establecido por Pio XII “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.
Estela García Núñez