Hoy les propongo un experimento: pasar una semana sin dinero. Ni un céntimo. Todo ello, sin saber que, al término de la misma, volveremos a tener lo poco o lo mucho que poseamos.
Nos levantaríamos y no habría desayuno porque no hay dinero para comprarlo. No iríamos a trabajar porque no tendríamos empleo ni medios para buscarlo, pues nuestra ropa no estaría presentable y no habría ni billetes ni tarjeta con que comprarla. Ni tendríamos agua para asearnos, pues ya nos la habrían cortado. Ni habría tinta en la impresora para imprimir un currículo. Tampoco conexión wi-fi para escribir este artículo. Y esperaríamos el mediodía como una tortura porque no habría almuerzo... Los comedores sociales no serían opción porque ya están saturados. Y el frío de la acera y unas pocas monedas serían nuestro quehacer diario.
En esa semana empezaríamos rezando y, desesperanzados, al final de la semana solo tendríamos pensamiento para esas monedas y algo que comer, gracias a ellas, al final del día.
Entonces, probablemente, más de uno -y de dos- pensaría que se puede pasar casi de todo menos del dinero porque, sin él, la vida es menos vida o no lo es. La imagen a la que veneraríamos no sería la de una foto antigua, sino la de un billete que nos sacara del apuro, día tras día.
Pasada esa semana, de vuelta a nuestra vida, primero pasaríamos el shock postraumático y, justo después, negaríamos la mayor ¿Saben? Eso mismo pasa con muchas cofradías.
Y pasa porque, en la práctica, el único dios verdadero (conscientemente o no) es el dinero. Miren presupuestos. Miren lo que se dedica a gastar en bandas, en flores, en cera, en el local de la sede social, etc. Y luego miren lo que se dedica a obra social, conjunta o separada. Habrá quien con muy pocos medios dé mucho y quien, con bastante a su alcance, sea rácano.
No es una lección de moral cada sorbo de este cáliz, más bien, un pensamiento en voz alta. Un hastío repetido al escuchar la misma cantinela manida de vocación de servicio. Manida porque, quienes más la usan menos la practican. Y repito, hay muchos que no obran así (que luego el personal lee lo que quiera o hace interpretaciones libres), pero otros tantos que sí.
Fíjense en que leen muy pocas noticias acerca de contratos de bandas en los que se precisen cifras. Nadie le pone el cascabel al gato cuando una cofradía se puede gastar tranquilamente 10000 euros en bandas para, más tarde, rasgarse las vestiduras y tirar las enaguas de "maris" al río del despropósito cuando, simplemente, se sugiere que una cuadrilla podría cobrar. Entonces, salen de sus cavernas los temores atávicos y se critica hasta los tirantes de la camiseta del costalero o el nudo de la corbata del capataz.
Piensen en el dinero que se tira en carteles que empapelan la ciudad en Cuaresma y los árboles que se salvarían en el Amazonas con un poquito más de austeridad. Para mayor descaro, cuando se trata de cultos a los titulares (aunque algo parece estar cambiando), se justifica con el peculio cuatro hachones, un par de piñas y un dosel. Y el descaro aumenta si alguna organización de la Iglesia pide voluntarios para cualquier labor social. Para eso no hay tiempo y sí excusas, aunque -en la barra del bar- la sinceridad salga a flote con la espuma de la cerveza y alguien suelte el exabrupto "eso es para beatos" (basado en hechos reales).
Nosotros estamos por encima del bien y del mal. Tal vez, estemos convirtiéndonos en la verdadera imagen de un dios en minúscula que ha invadido a la sociedad posmoderna de la que somos parte. Un dios que no es porque es la negación del verdadero. Quizá, neguemos la realidad porque lo que en verdad somos no es más que nuestro propio demonio.
Blas Jesús Muñoz
Recordatorio El cáliz de Claudio: Siempre feliz