Cada vez más, y en distintos estratos de este mundillo cofrade en el que
nos situamos, observo una gran carencia de humildad, y un afán de
autocomplacencia desmedido. Trataré de abordar el tema utilizando algún que
otro concepto del área de Psicología, como hiciera tres artículos atrás.
En la actualidad, y especialmente gracias a las redes sociales, la
opinión de cualquiera puede ser conocida por todo el mundo. Y esto tiene su
parte buena, y su parte menos buena. Por ejemplo, puede dejar entrever
actitudes, pensamientos o comportamientos “raros” de distintos colectivos
cofrades. Pero no va a ir por ahí el artículo, sino que quiero particularizar
en un tipo de actitud que es muy común observar, evidentemente no sólo mediante
las redes sociales. Como comentaba anteriormente, se trata de la
autocomplacencia.
Hay una tendencia social, que como otras muchas, afecta al mundo de las
Hermandades. Hablo de ese tic nervioso que todos, en algún momento de nuestra
vida hemos tenido, de adjudicar nuestros fracasos a factores externos y
nuestros éxitos a factores internos. Este hecho, psicológicamente, se denomina
tener un lugar de control externo o interno. Ambos son polos opuestos.
Estaremos situados en un lugar de control externo si atribuimos tanto nuestros
fracasos como nuestros logros a aspectos que no tienen nada que ver con nuestra
propia actuación. Por ejemplo, si soy de una banda y nos ha salido un contrato
buenísimo y lo atribuimos a la buena suerte, o si soy de una Hermandad y ocurre
cualquier problema y la conclusión a la que se llega es que es culpa de los
demás porque nadie nos apoya. En el vértice opuesto se sitúa el lugar de
control interno. Evidentemente, consiste en pensar que todo lo que nos sucede
–bueno o malo- es debido principalmente a la propia acción. A priori parece que
el segundo es mas sano, y no seré yo quien ponga en duda que resulta muchísimo
más productivo situarnos a nosotros como artífices de nuestro propio destino,
pero también tiene su connotación negativa.
Precisamente me refiero a sostener que todo lo malo que sucede a nuestro
alrededor es culpa de otros, ya sean otras personas, entidades –cofrades, en
este caso-, de la mala suerte o de que se nuble el sol, y en cambio relacionar
absolutamente todos nuestros éxitos a lo
buenos y guapos que somos, o más directamente, gracias a mí mismo. En
definitiva, achacar los acontecimientos a uno mismo o a lo de afuera según si
conviene o no.
Como dice el refrán, en el término medio está la virtud, y esto es
fácilmente aplicable al tema del que se está hablando hoy. Lo vital de la
cuestión es tener una capacidad crítica que permita analizar las distintas
situaciones que se vayan presentando de una forma objetiva, reflexiva y
enriquecedora. Partiendo de esa base, resultaría interesante situarse más bien
en el lugar de control interno, pero no sólo para satisfacer ese afán de
autocomplacencia del que les hablaba, sino también para ser consciente de las
limitaciones y aspectos a mejorar para que el progreso sea posible. No por ello
obviando que hay factores que no podemos controlar, ergo externos, que también
influyen en el desarrollo de los acontecimientos. Sería de necios negarlo.
Lo digo porque pienso que si en un colectivo cofrade, sean Hermandades,
bandas, cuadrillas o aguaores todos
nos decimos lo buenos que somos –con o sin razón, cada caso es un mundo-, pero
no existe la capacidad de reconocer los defectos como algo que también está
bajo nuestra responsabilidad y, por tanto, es mejorable, opino que directamente
ese colectivo firma su sentencia de muerte funcional. Es muy positivo señalar
las virtudes, como señalaba en el otro artículo, pero no es menos cierto que
resulta peligroso quedarse ahí. Ese afán de autocomplacencia impide el progreso
sin ningún lugar a dudas. Hacen falta cargamentos de humildad para este terreno
cofrade que cada vez se “civiliza” –válgame el palabro- más, perdiendo la
esencia cristiana que debería revestirlo. Una vez más, hay que poner la vista
en Dios, que se hizo hombre para sufrir igual que nosotros lo hacemos, vivió y
murió con humildad para luego reinar en los cielos. En la Iglesia no hay lugar
para aquellos que sólo pretenden llamar la atención con golpecitos de pecho y
ostentación. Esos están condenados al fracaso.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza: Pereza subvencionada