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miércoles, 11 de marzo de 2015

El Cirineo: Sólo nos movilizamos cuando tocan el martillo


Esta misma mañana, comentando con un amigo muy cercano el último chispazo de escándalo en ciernes que se ha gestado alrededor del llamador de una de nuestras cofradías, llamó poderosamente mi atención la conclusión a la que éste llegó, a saber: “al final la gente sólo se moviliza cuando se toca a un capataz”

No me negarán que la frase en sí misma no merece una reflexión. Mi primera reacción desde luego fue asentir, “a un capataz, a una cuadrilla o como mucho a la banda”, respondí mentalmente. ¿Cuántas elecciones se han ganado “con la guinda de una banda concreta”, o quitando o poniendo tal o cual capataz? ¿Cuántos hermanos mayores han cavado su fosa electoral, con vistas a la renovación de un mandato, por enemistad manifiesta con el “señor del traje negro” o por descontentar a los “líderes de las trabajaderas”?. Estoy convencido de que ustedes o yo podríamos sacar a colación unos cuantos, por no hablar de los hermanos mayores surgidos del mundo de abajo o, en su caso, con un llamador en la mano.

Sin embargo, un análisis un poco más reposado me hizo olvidar el resto de la oración para centrarme en el adverbio de cantidad “sólo” y terminar preguntándome por si realmente tenemos derecho a añadirle una connotación peyorativa a la idea original, de tal suerte que parezca negativo que los costaleros y sus cercanías sean capaces de movilizarse para defender lo que consideran suyo, su sitio, sus gustos, su poder o su gente.

Y llegué a la conclusión de que la pregunta que deberíamos hacernos no es por qué la “gente de abajo” se moviliza cuando se trata de defender algunas de sus parcelas sino cómo es posible que sólo se movilicen para eso. Y el rosario de respuestas puede resultar de lo más variopinto. Desde “son una panda de sacapasos, niñatos en su mayoría, a los que les importa su hermandad poco o nada y por tanto no muestran el más mínimo interés cuando alguna cuestión de trascendencia afecta a cualquier otra área de la cofradía a la que dicen pertenecer” hasta “es que los cortejos están formados por gente que lo único que busca es ponerse un capirote, generalmente rodeado de amigos, y les da igual que este sea blanco, negro o rojo, mientras se vaya echando un buen rato y unas risas y cuando se termina, hasta el año que viene, en el mejor de los casos, y el resto del año ni se acuerdan de la hermandad”. Y como siempre entre el blanco y el negro, todas las posibilidades de grises imaginables, en función de la opinión de cada cual y de la animadversión que se tenga al mundo del costal, que entre los cofrades hay también mucho de esto, aunque haya quien no se lo crea.

La realidad es que cuando los costaleros intentar dar su opinión y llegado el caso inmiscuirse en el gobierno de una hermandad, inmediatamente son tachados de la relación de elementos necesarios para el buen funcionamiento de la misma y de la lista de amigos de los “cofrades de toda la vida” porque entonces quieren hacerse con el poder. ¿En qué quedamos, señores? ¿Tienen o no tienen que ser parte implicada en el día a día de nuestras hermandades?

En mi opinión, si una cuadrilla se moviliza hasta el extremo por defender a su capataz está obrando con lealtad al hombre que les manda (o les ha mandado) y esto destila una honestidad y un vestirse por los pies que para sí querrían muchos de los que se autoconceden la categoría de “cofrades de verdad”. ¿Que sólo saben de marchas, de cambios, de hacerse la ropa? ¿Y de quién es la culpa?, ¿de ellos que se han enriquecido de manera autodidacta en aquella parte del universo cofrade que les ha hecho acercarse a él o de quienes no han movido jamás un dedo para enseñarles que una hermandad es mucho más que un costal y una faja o una corneta, aparte de ladrar en algún grupo de Facebook o desde alguna que otra sesuda columna de opinión (#ironiaON)? ¿Acaso les hacemos responsables porque ellos si son capaces de echarle los arrestos que hay que echarle por defender lo que consideran suyo mientras al resto de la hermandad le importa un bledo si quien la dirige la está llevando directamente al abismo? 

Siempre he dicho que se puede aprender hasta de la persona más insospechada, que hay que estar alerta permanentemente porque nunca sabes de quién puedes enriquecerte. Tal vez precisamente de esta capacidad adolezcan muchos de nuestros dirigentes y por supuesto muchos de los gurús que tanto daño hacen a nuestras cofradías desde la atalaya del poder real o mediático, la capacidad de escuchar, de aprender del pensamiento divergente, y la humildad necesaria para aceptar que puede que no siempre tengamos razón.

Si la gente de abajo se moviliza por determinadas cuestiones, bravo por ellos. Lo que tenemos que hacer el resto de cofrades es aprender que todos somos corresponsables de la realidad de nuestras hermandades y que si una cofradía se está muriendo no ocurre únicamente por la acción de los incompetentes que puedan estar al frente sino también por la omisión de los que desde sus casas observan impasibles, en vergonzante y cómplice silencio, como todo se derrumba como un castillo naipes.

Ellos entendieron hace años que la unión hace la fuerza, y se ponen en marcha para que la hermandad se encamine hacia donde acertada o equivocadamente creen que debe ir. ¿Les atacamos por poner en marcha los resortes que la democracia permite? ¿Debemos prohibirles el olimpo porque han aprendido a defenderse? Es la dirigencia, empezando a veces por el propietario del llamador, quien tiene la responsabilidad de enseñarles aquello que les falta para ser cofrades completos, para que entiendan lo maravillosas que pueden ser otras áreas de nuestras cofradías y al mismo tiempo conozcan dónde están los límites que la historia y la tradición impiden sobrepasar por mucho que los vídeos de otras cofradías nos inciten a otra cosa. Las carencias de formación o de capacidad para atraerlos a otras parcelas de nuestras corporaciones no pueden ni deben ser suplidas por el ataque frontal y la defenestración. Son aquellos que nos gobiernan quienes tienen la obligación de abrir nuestras hermandades al resto de grupos humanos que las configuran y lograr su movilización en lugar de atacar sistemáticamente a aquellos grupos que sí se mueven cuando creen que algo está mal hecho. Hay cofrades que piensan que cuanta menos viva esté una hermandad y más vacía, mejor, más sencilla es de manejar. Así caminan muchas de ellas, hermandades moribundas y al borde de la junta gestora.  

No ataquemos a los que sí se movilizan, enseñémosles que hay muchas otras cosas que merecen su esfuerzo y su desvelo y luchemos porque el resto de hermanos se movilice cuando la hermandad lo necesite y no sólo para meterse detrás de una barra cuando llegue el mes de Mayo. La diversidad es riqueza y para que exista auténtica diversidad las hermandades han de estar vivas, ser dinámicas y tener gente. Atrás quedó el tiempo de cofradías medio muertas dirigidas por dos o tres familias… o al menos eso me gustaría creer… si es que en el fondo siempre he sido un idealista…


Guillermo Rodríguez













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