Blas Jesús Muñoz. Hay amores que solo se perciben cuando se pierden. Y otros que, en cambio, se van reposando cada día, cada noche, hasta que no imaginas la vida sin ellos. Lo que me hiciste sentir no fue instantáneo ni un arrebato lanzado a la primavera. Supongo que lo preparaste lento. En cada lunes, en cada levantá, en aquellas chicotás interminables, en cada Viernes cuando las puertas se cerraban y -durante unos minutos infinitos- casi creía estar tocando el cielo; en cada Domingo de Pasión cuando comprendí que la Semana Santa comenzaba, tras el canto de la Salve.
Recuerdo la penúltima vez que te miré así. Apenas restaban dos días y sé que viste la emoción y el miedo, recorriendo cada recuerdo envuelto de felicidad y cansancio, de temor y decisión porque este camino siempre consistió en la antítesis, en la incomprensión, en la elección, en la seguridad de que es el único posible, cueste lo que cueste. Se pierda o se gane siempre estás ahí, esperándome aunque sepas que no he cumplido, que fallo demasiado.
Las puertas del Salvador comenzarán su letanía ritual una vez más. Caminarás desde tu templo, Desconsuelo, desde los días en que no te vi hasta los que la piel que me cubre fue solo tuya para lanzar el alma hacia el cielo. Desde aquellos días hasta hoy, me lo has dado todo. Ahora que la tarde nos cubrirá con otra piel tan distinta e igual que la arpillera, tan anónima como personal; ahora que el Viernes sigue siendo el final nostálgico de los días; ahora eres más cada día, más amor, más vida, más impensable todo sin ti. Ahora, no quiero ser nazareno de tu cortejo, sencillamente, solo un punto ínfimo de luz que alumbre tu camino.
Recordatorio Entre la Ciudad y el Incienso: Aniversario