Parece mentira que hoy sea de nuevo
Viernes de Dolores. La cuaresma se me ha escapado de las manos como si tratara
de atrapar el incienso que la ha perfumado. Es algo que me produce cierta
intranquilidad, si estas semanas de cuaresma han pasado tan rápido, ¿cómo será
la Semana Santa?
En realidad no sé por qué estoy
intranquilo, si conozco perfectamente la respuesta. Esta Semana Santa será como
todas: fugaz como un bonito sueño. Son siete días de ensueño, ¡pero qué días, y
qué sueño! Momentos de tensa espera, de oración, de recogimiento y de
algarabía. Bambalinas yendo y viniendo, pasos de misterio revirando lentamente
de costero a costero, llamadores que rompen el silencio de la noche y marchas
que la tiñen del color morado de las túnicas nazarenas. Músicos que cumplen el
anhelo de todo un año, tocar tras la imagen devoción de toda su familia, niños
que se estrenan bajo el antifaz de la Hermandad de la Entrada Triunfal y otros
que ya peinan canas pero continúan acompañando a su Cofradía. Fajas ceñidas en
los riñones de costaleros, cargadores… los Pies de Dios y su bendita Madre,
privilegiados al fin y al cabo. Chicotás para grabar en nuestra memoria, para
sumergirnos en ellas durante todo el año y revivirlas una y otra vez, como
cuando tratamos de recordar qué era eso tan bonito que habíamos soñado.
“Cofrades” que volarán como siempre
una vez se encierre la última, y que no volverán a aparecer hasta el próximo
Miércoles de Ceniza. Otros, sin las comillas, que saben perfectamente que
conforme la puerta retumbe al cerrarse comenzará la ardua travesía de preparar
la estación de penitencia del año que viene. Quedarán por delante días, semanas
y meses cargados de trabajo y crecimiento de esa ilusión que, tras llegar a su
máximo brillo en el preciso instante en el que suena la Marcha Real, queda
apagada tan sólo unas horas para comenzar a renacer en nuestros corazones y a
cobrar vida. Como siempre, como todos los años.
Cada año doy el mismo consejo: permítanme
que redunde en él. La fugacidad de la Semana Santa es la que la convierte en
mágica, única, especial e irrepetible. Esforcémonos, no por vivir mucho y todo
a prisa y corriendo, sino por degustar de corazón cada chicotá que el Señor nos
permita contemplar. Dejemos los móviles para los restantes días del año, las
charlas vacías de contenido para otro momento, y las rivalidades… Para nunca.
Disfrutemos de todas nuestras Cofradías en la calle, de las de nuestro pueblo,
que nos han visto crecer, al fin y al cabo, desde que íbamos de la mano de
nuestra madre hasta que ya estamos bien creciditos. Sin recelos, sin envidia
alguna, simplemente saborear cada revirá, cada chicotá, cada marcha, cada
racheo costalero. Cada pequeño momento cofrade que la vida nos regale.
Hoy es Viernes de Dolores, y usted,
como yo, sabe que dentro de dos días la primavera llegará a nuestros corazones
en forma de palmas y a lomos de un borriquillo. Será una primavera tan intensa
como efímera, que trataremos de atrapar aún a sabiendas de que resultará
imposible. Llena de luz por el azul –esperemos- del cielo en el día y por el
ascua de luz inigualable que es un palio iluminado por la candelería en la
noche, brillando más que la propia luna y cualquiera de las estrellas. Tiempo
para inundarnos los ojos con nuestra bendita locura, deleitar a nuestros oídos
con marchas que pongan color a la Pasión, cerrar los ojos y disfrutar del aroma
del incienso que hace las delicias de nuestro olfato, acariciar la trabajadera
con el costal o dejarnos arropar por la tela del antifaz, incluso tiempo de
degustar alguna que otra torrija. Pero, más importante que todo ello, tiempo
para abrir de par en par las puertas de nuestro corazón y dejar que nuestro
alma cofrade se colme de gracia el día en el que sale nuestra Hermandad gracias
a Cristo.
Tengamos siempre presente que por
muchos factores externos que haya, muchos de los cuales he enumerado en este
artículo, la Semana Santa es la conmemoración de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesús. Él sufrió por todos nosotros, para salvarnos y perdonar
nuestros pecados, sin cornetas, tronos barrocos o aplausos. Mantengamos los
pies en el suelo y el sentido primigenio de esta, nuestra Semana grande, que no
es otro que evangelizar y llevar a Dios al pueblo, su pueblo. ¡Bendita locura!
Feliz Semana Santa, hermano…
José Barea