Blas Jesús Muñoz. Hay encuentros felices que hacen del más riguroso de los veranos, una primavera efímera, donde la belleza irradia luz y parte el corazón en dos para dejar, con su herida amorosa, u poso tras las retinas, que no es más que el sustrato devocional afianzado por María Santísima.
Y, así, en su especial primavera arrebatada a la estación que nos rige, las imágenes de Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos y Nuestra Señora de los Dolores se encontraban en una especie de Viernes Santo catedralicio, a finales de junio. Un encuentro emocionante y que dejó la instantánea eterna de dos de las devociones más intensas de la ciudad.
La de San Jacinto labrada en siglos de historia que hasta nosotros llegaron entre su tez pálida, su mirada que ocupa el orbe celeste de la ciudad eterna. La de San Pablo, tan niña y tan bella, que en sus ojos se busca la salvación porque todos los caminos conducen a Ella.
Dos imágenes, dos devociones, un mismo día de salida procesional, una efeméride que las une y un templo, la Catedral, que atestigua la relación de amor de la ciudad por sus Vírgenes, por un sueño de Viernes santo que obró el Regina Mater.
Recordatorio La Crónica: A los pies de la Virgen