Blas J. Muñoz. Las cofradías discurren por una liturgia especial y, en cada acto, se cuidan y mantienen detalles que para el cofrade avezado no pasan por alto. Más allá de la Cruz Guiona que, cada año, preside el escenario del Gran Teatro mostrando la historia de la Semana Santa de Córdoba, el pregón de José Juan Jiménez Güeto nos dejó algunos detalles que no pueden pasarse por alto.
Especiales y emotivos fueron todos. La bandera y el tambor de la Virgen de la Sierra, nada más alzarse el telón, trajo a la memoria los recuerdos del Regina Mater (permítanme la licencia, a un servidor el recuerdo del primer besamanos al que fue su hijo, ante la Virgen milagrosa). Una declaración de intenciones y una afirmación de los orígenes del pregonero.
En el mismo escenario, el Paño de la Verónica de la Santa Faz, también narraba una de las devociones esenciales para comprender al pregonero. Sus hermandades y su parroquia también estaban presentes en uno de los palcos, del que colgaba una bandera trinitaria que convirtió el Teatro de los Poetas en un guiño inolvidable al capitulo que este sábado se escribió para la Semana Santa de Córdoba.
Cuatro detalles que relataban en la medalla que lució José Juan. Su Fraternidad de la Providencia también estuvo con él y, durante dos horas, la Semana Santa no se escribió ni se pronunció, nada más y nada menos que se vivió a raudales para transportar a los allí presentes a la Córdoba más pura que ni idolatra ni sobreactúa, sino que es la mejor versión de si misma.
Fotos Jesús Caparrós
Recordatorio ¿Por qué no aplaudió David Luque al pregonero?