Blas J. Muñoz. Suena Saeta Cordobesa y el ánimo se templa en la emoción de los recuerdos de un tiempo que ya casi parece pretérito. El Teatro esta lleno y el escudo trinitario en uno de los palcos se enfrenta a la Cruz Guiona y uno no puede evitar sentir el primer escalofrío y desear con fuerza, por primera vez en toda la Cuaresma, que comience la Semana Santa.
Y su inicio tiene lugar con las primeras palabras de Pilar Fonseca. Compartí cinco años de estudio con ella y sabía que iba a tener que tragar saliva mientras la escuchaba. Sus palabras no presentaban a un pregonero, sino a un amigo, a un hermano y esa es sin duda la mejor carta de presentación que nadie puede hacer.
"¡Qué bella es Córdoba! ¡Qué excelsa cantas!
Que amaneces entre verdes trigales,
mecida en azahar de naranjales;
corona de encinas, río a tus plantas.
Una alhaja por la fe conquistada,
una tierra que a Dios eleva el alma
al abrigo de una almenada en calma,
el tañir de una torre enamorada.
La creación entera concurre en ti;
un solo palpitar, un solo canto
en una melodía angelical,
como nunca en la ciudad yo sentí
un silencio roto por el quebranto
de un “himno egregio: ¡Viva la Catedral!"
El Gran Teatro estalla en aplausos y algún "ole", sin acento y con ganas se escapa entre los asistentes. A partir de ese momento, José Juan Jiménez Güeto abre el manual de lo que ha de ser un pregón. Emoción, devoción, reivindicación y afirmación de la propia historia, sentimiento, caridad y esperanza. Iglesia purgante, significante tomada de la mano de las cofradías para alarmas al verdadero cielo de la Semana Santa.
Las ovaciones se concatenan y, mientras intento transmitirles en el acto cuanto está sucediendo, intentó que aguantar la emoción. A veces, la providencia quiere regalarte estar ante tu Señor una Madrugada en que te levanta el destierro y tienes la certeza de que tu vida ya ha cambiado. Otras te pone delante de un pregón y un pregonero único que te he emociona y te recuerda los motivos por los que estás allí.
Es una suerte que Córdoba y para Córdoba que haya tenido a José Juan Jiménez Güeto. Él nos ha regalado el Pregón de la Catedral, el de la vida eterna, el que las cofradías cordobesas necesitan más que nunca para comprenderse y caminar adelante, valientes, con la mirada siempre puesta en lo verdaderamente importante.
"Escribiendo este pregón, tu mirada ha despertado un recuerdo que había dejado en el olvido del pensamiento, la estampa de mi madre, Isabel, cuando yo tenía nueve años, y contemplarla rota, sitiada en el llanto, con mi hermano mayor entre sus brazos, envuelto en una sábana blanca que dejaba traslucir el color de la sangre. Y como tú, Madre, que pausada y tiernamente extraes las espinas de las sienes de tu hermoso Hijo y que conservas como relicario en las yemas de tus dedos, ella iba silenciosamente, absorta en la faz de su primogénito, empapando y enjugando la sangre de su rostro que transformó en claveles de pasión cada día en la estancia de su sepultura hasta su muerte.
¡Déjame, Madre de las Angustias
besar tu rostro!
¡Déjame abrazarte profundamente!
¡Déjame acariciarte cálidamente!
¡Déjame llorar contigo!
Y llévale a mi madre al cielo
todos los abrazos,
todas las caricias
Fotos Jesús Caparrós
Recordatorio Así les hemos contado el Pregón de Semana Santa