Quizá me apresure escribiendo este
artículo, y debería esperar a vivir el próximo Viernes Santo para realizarlo.
Pero el corazón no me permite aguardar más, si les soy sincero.
La bendita locura me ha asaltado esta cuaresma desde el costal y la
trabajadera. No podía imaginar que debajo de un paso existieran sentimientos de
tal intensidad, pero el Señor me ha bendecido con ellos en esta ocasión, soy un
afortunado. Por fin comprendo la magia que se encierra de costero a costero y
de primera a sexta trabajadera, es algo imposible de entender desde afuera, hay
que haber tocado palo para saber qué sienten “los de abajo”.
Yo aún no he vivido el éxtasis, que es llevar encima al Cristo del Amor,
o como a mí me gusta llamarlo, el Dios del Amor. Pero sí me he cautivado del
embrujo de andar por derecho, de hacer levantás a pulso o revirás eternas al
son de la corneta y el tambor. De trabajar hombro con hombro con el de al lado,
sin que nadie te mire por encima del hombro, de saberse bajo las órdenes de
quienes se comprometen a realizar su labor con gran sacrificio, buena voluntad,
buen trabajo y, sobretodo, cariño y respeto por nuestros titulares. Todos a
una, compartiendo latidos a pesar de ser 29 corazones distintos, siempre racheando
en la dirección que el Señor quiere. Comienzo a pensar que este mundillo del
costal y la trabajadera, bien entendido (si no, carece de todo sentido), es de
los más puros que puede haber en una Hermandad.
Les confieso que dudaba si titular el artículo como 29 o 30 corazones. En
el misterio caben 29 costaleros, y no 30 debido al hueco de la cruz. Pero
precisamente eso es lo que me ha llevado a decantarme por el 30. Tengo la
suerte de ir de fijador en la quinta trabajadera, donde la corriente la ocupa
no otra que la base de la cruz del Señor. Me gusta pensar que voy a llevar a mi
vera el hombro de mi Cristo, a pesar de que Él va arriba, crucificado por todos
nosotros. Por ello, sería terriblemente injusto descontarle de la ecuación. Él
nos iluminará desde arriba, igual que nos iluminó poniendo más allá del
respiradero frontal a tres personas que han sabido gestionar, enriquecer y
hacer crecer a una cuadrilla que está haciendo las cosas con humildad y trabajo,
sin estridencias y por derecho. Como debe ser. Todo ello ganándose el respeto,
cariño y confianza de todos y cada uno de sus costaleros, aspectos nada
sencillos de compaginar.
El Dios del Amor es el más importante de todos nosotros, ya que desde su
cruz nos alienta a seguir de frente con Él, a no perderle de vista en ningún
momento, siendo conscientes de que sin Él nada tendría sentido. Yo le doy
gracias por dejarme, si así lo quiere, vivir la bendita locura de ser sus pies
el Viernes Santo. Y por permitirme compartir tantos buenos ratos –y los que
quedan- con su gente de abajo y la de afuera, quienes me han hecho sentir uno
más desde el minuto uno. Bendita locura la de llevar sobre nuestros hombros al
Dios del Amor, hermanos. 30 corazones, un solo latido. El de saberse bajo la
dulce mirada de nuestro Señor.
José Barea
Recordatorio Verde Esperanza: Ceniza que atrae, ceniza que aleja